Se trata del Cristo
de mayor antigüedad de la provincia y uno de los más antiguos de los que se
conservan en España e incluso en el Occidente cristiano. Del primer Crucifijo
español del que tenemos fecha cierta (1063) es del Crucifijo de marfil que
los reyes don Fernando I y doña Sancha donaron a la iglesia de San Juan
Bautista y San Pelayo, hoy Colegiata de San Isidoro de León, que luego pasó a
exponerse en el Museo Arqueológico Nacional.
Es el célebre obispo don Jerome "caboso coronado bien entendido de letras é mucho acordado" del Cantar del Mío Cid, el mismo que le dice al de Vivar: “dejad que salga el primero a comenzar la batalla”, primer obispo de Salamanca cuando comenzó la repoblación, que había sido confesor, limosnero, capellán y compañero de armas de Rodrigo Díaz y que en esta ciudad consagró la Iglesia Catedral trasladando el Santísimo desde la antigua de San Juan el Blanco, que se encontraba extramuros de la ciudad. "Yace su cuerpo en la Iglesia vieja de Salamanca, debajo del altar de san Hieronimo, en una arca de piedra, labrada de labores toscas: engañándose los que entienden estar su cuerpo en san Pedro de Cardeña, por haber abierto yo su sepulcro y hallándose dentro todo entero, con sus insignias pontificales, que fue para mí de gran consuelo".
| Sucedió tal hecho en 1607 con motivo de construir una capilla más decente para el Cristo, cuya fama de milagroso había corrido por todas partes. La nueva capilla es descrita con todo detalle por Gil González Dávila que asistió a las diversas fases de su construcción. Dice así: "El edificio de esta Capilla Santa, es todo de obra de Corintia, ejecutado con todo el primor del arte. El pavimento está enlosado de piedras, pizarras y berroqueñas, a manera de jaqueles, súbese por tres gradas al Altar, que tienen a los lados dos bichas de piedra. En la última grada, en el mismo lienzo de la pared, está embebido el hueco de esta Capilla, en figura cuadrada que hace el arco principal, donde está el Altar con un frontal bien tallado de medio relieve, que tiene en medio una jarra de Azucenas, y lazos bien repartidos dorados, y coloridos que hace una galana vista. Pasa un Arquitrabe que juega a la redonda de este Arco con Artesones en su cielo y lados, y entre ellos florones y Serafines dorados. En el testero está un óvalo de piedra negra, guarnecido de cartones, y enlazados, en medio de él están de oro unas letras tomadas del capítulo cuarenta y seis del Eclesiástico, que dicen: FORTIS IESVS IN BELLO MAXIMVS IN SALVTEM. Encima de este compartimiento está otro en casamento bien tallado, en figura cuadrada donde está la Imagen del Santísimo Cristo, y a los lados están de escultura dos Ángeles de rodillas, muy devotos. Encima de este encasamento está su frontispicio con sus cartelejas muy galantes. A los lados de este Arco principal están a cada lado su pedestal Corintio con sus basas, y contrabasas Corintias. |
Encima sus Columnas de la misma Orden, en la Cornisa y su coronación van talladas en los resaltos que hacen unas Bichas, y florones, están dos Querubines en el intervalo del Arquitrabe, y Cornisa.
Encima de ella está un Frontispicio galano, y en medio de él una jarra de Azucenas, armas de esta santa Iglesia, y por remate una figura de san Gerónimo, con su León a los pies, y a sus lados dos figuras de igual tamaño de san Pablo, y san Antonio ermitaño. Está cercada esta Capilla de unas Rejas de hierro, que hacen figura cuadrada que la guardan y defienden"⁵.
Detrás del Crucifijo existía un paño labrado y seda tapizando la hornacina.
En 1744 el obispo de la diócesis don José Sancho Granado obsequió al Cristo de las Batallas un magnífico retablo barroco, obra de Alberto Churriguera, que se instaló en el centro de la girola de la Catedral Nueva, en la capilla hasta entonces de la Virgen del Carmen y a donde solemnemente fue trasladada la milagrosa imagen.
No hay unanimidad de criterios respecto a la fecha de traslado: Elías Tormo⁶ da la de 1732 y Bernardo Dorado⁷ la de 1734. Tampoco respecto a la autoría del retablo: Alfonso Rodríguez G. de Ceballos se la atribuye a Alberto en dos de sus obras⁸ ⁹ y sin embargo lo hace obra de Joaquín en otra¹⁰, como también lo hacen Camón Aznar¹¹ y Elías Tormo¹².
Del primitivo retablo de la capilla del Carmen nos da amplia cuenta María Teresa Igartua Mendia¹³ haciéndolo obra del escultor y ensamblador Francisco García, realizado en 1664 y con destino al Cristo de las Batallas y no a la Virgen del Carmen, aunque aquel no llegara a ocupar la capilla hasta 1744.
Debía estar construido en madera de pino, de estructura sencilla y de solamente dos columnas derechas estriadas, con único nicho central para alojar el Santo Cristo y esculpida en la caja del nicho, como fondo, una perspectiva de la ciudad de Jerusalem. Doró el retablo en 1665 el pintor Domingo Nieto.
El actual retablo no se parece en nada al citado anteriormente. Es desaforado y fastuoso en su dorado barroquismo, compuesto por cuatro columnas salomónicas y estípites que se hallan recubiertas de adornos, hojarasca, colgantes y cabezas de ángeles. En el ático angelotes con atributos de la Pasión y el Espíritu Santo presidiendo en el centro entre rayos de luz.
La dorada y adornada escalinata, de cuatro peldaños, que asciende hasta la base de la hornacina del Cristo es de clara inspiración portuguesa.
El Cristo que es de reducido tamaño -76 centímetros de altura- resulta aún más empequeñecido por semejante florida ornamentación luminosa que no da respiro a la vista, llegando a fatigarla.
De rústica escultura, tallada solamente por su parte anterior, en madera policromada de rojo oscuro, noblemente bárbaro, adusto, severo, impasible, con aire rígido y solemne de acuerdo con el estilo de los Cristos majestad bizantinos, pero sin sombra de esfuerzo o de dolor físico, tiene la cabeza demasiado grande, sonriente, tocado con corona real en forma de capacete, -posiblemente retallada después-, ojos muy abiertos y desiguales mirando hacia lo alto, barba completamente lisa y cabellera rala cayendo por detrás en simetría perfecta, poco señaladas las horizontales costillas en número de diez, el epigastrio en agudo ángulo que llega al cuello irradiando la zona pectoral, brazos dilatados completamente horizontales, pegados los dedos de las manos abiertas y los pies paralelos poco trabajados, piernas redondas, paralelas y en contacto sin talla, cuatro clavos y supedáneo, faldellín de color claro desde casi el tórax hasta las rodillas, con simétrico anudamiento de la invisible estrecha cinta que hace las veces de cinturón y pliegues simétricos que caen en la forma de tubos de órgano. Ha sufrido numerosos y sucesivos repintes.
En tiempos poseyó corona que tenía seis piedras mayores y otras muchas menudas.
La imagen, como ya se ha indicado, es del tiempo del Cid Campeador lo que hace que la consideremos como obra del siglo XI.
La peana del Cristo, de madera negra muy elaborada, con sobrepuestos de plata, es de principios del siglo XVII y fue retocada y pintada por el artista Manuel Pérez en 1776. Presenta disposición de urna con un Gólgota como tapa.
La Cruz, se renovó en el siglo XVII y se le añadieron unos remates de plata en las conteras y las ráfagas o rayos, del mismo metal, (hoy desaparecidos) en la intersección de los brazos. La actual es negra, pero la primitiva era de color rojo, siguiendo la tradición cristiana que consideraba tal color como símbolo de triunfo.
El Cristo, que siempre contó con la devoción de los salmantinos, tuvo la capilla repleta de exvotos de agradecimiento a las mercedes recibidas y no le faltaron nunca ni velas, ni sufragios y una preciosa lámpara a la que el Ayuntamiento costeaba el aceite.
| Hoy sólo quedan como muestra de tal agradecimiento los dieciocho cuadros barrocos, colocados en dos hileras, que adornan el muro del lado del evangelio de la Catedral Vieja, frente al altar que ocupara en su día el Cristo, cuadros que pintó el artista Jusepe Sánchez de Velasco en 1615, con más voluntad que acierto. Cada cuadro narra un hecho milagroso efectuado por el Cristo de las Batallas, circunstancia que fue adverada por una Comisión de teólogos nombrada por el obispo don Luis Fernández de Córdoba en 1615. El Cristo ha salido en procesión con motivo de grandes calamidades públicas, utilizando para ello las andas de plata del Santísimo Sacramento, realizadas en madera de cedro, con adornos de plata por Manuel García Crespo en 1728, sobre planos originales de Alberto Churriguera. Los restos del obispo don Jerónimo siguieron los mismos avatares que el Cristo de las Batallas, por lo que también peregrinaron desde la Catedral Vieja hasta la Nueva en 1744 y fueron colocados en un túmulo churrigueresco de mármol, con la urna en forma de concha, cubierta con adornos de hojarasca y rematada con tres genios en la cúspide, en la misma capilla de la girola, a su lado derecho sobre una lauda rectangular de prolija y abigarrada escritura. El Cristo de las Batallas fue motivo de inspiración para don Miguel de Unamuno, quien lo denominó "Cristo martillo" por andar "a cristazos" con los herejes, como viene a certificar la inscripción de la lápida mencionada. |
"Ceñudo Cristo martillo de los ojos de azabache que chispearon al remache en los brazos del caudillo, Cristo del campo sediento de la Castilla cimera, Cristo de la paramera, zafo de renacimiento. No hay seso que te resista, Cristo del Cid, cuatro clavos, Cristo de la reconquista"¹⁴. |
El Cristo de las Batallas no sólo ha salido en procesión con motivo de grandes calamidades. En 1944 lo sacaron, en desfile procesional, los ex-combatientes salmantinos que fundaron en la parroquia de San Juan de Sahagún, junto a un grupo de feligreses, la Cofradía del Santísimo Cristo de las Batallas, Nuestro Padre Jesús del Consuelo y Nuestra Señora del Gran Dolor, para desfilar en la noche del miércoles santo con las tres imágenes titulares.
Pasaron grandes dificultades con motivo de la crisis de las cofradías semana-santeras salmantinas, en la década de los sesenta y hubieron de cambiar de sede, pasando a la parroquia de San Sebastián, quedándose solamente con la imagen del Cristo de las Batallas y perdiendo las otras dos.
Para poder salir a la calle en 1967 tuvieron que pedir ayuda consiguiendo desfilar el Miércoles santo junto a la Hermandad de Jesús Flagelado y en 1968 y 1969 lograron una imagen más, la del Cristo de la Paz, que se venera en la parroquia de San Sebastián.
En 1970 no pudo salir la Cofradía, haciéndolo sólo la otra Hermandad y los Excombatientes se limitaron a celebrar un Triduo en la parroquia de San Sebastián. El año siguiente fue el último en que desfiló el Cristo de las Batallas, pero ya, como demostración de lo irremediable, ni siquiera en andas sino a modo de Cruz-guía, presidiendo ambas Hermandades, desde la Catedral donde se habían unido las dos cofradías.
|
|
1 Gil González Dávila, Historia de las antigüedades de Salamanca. Vidas de sus obispos.
Salamanca, 1606. pg.102.
2 Id. id. id. , Historia del origen de la imagen del Santísimo Cristo de las Batallas
que está en la Santa Iglesia Catedral de Salamanca. Salamanca, 1615. pg. 3.
3 Id.
id. id. ob. cit. Pg. 5.
4 Id.
id. id. ob. cit. págs.9 y 10.
5 Id. id. id. ob. cit. págs. 37/39.
6 Elías Tormo Monzó, Las Catedrales (Sobre estudios inéditos de don Manuel
Gómez-Moreno). Madrid, 1931. Pg. 24.
7 Bernardo Dorado, Compendio histórico de la ciudad de Salamanca. Su antigüedad, la de su
Santa Iglesia, su fundación y grandezas que la ilustran. Salamanca, 1985 -
Edición facsímil de la de 1776. Pg. 527.
8 Alfonso Rodríguez G. de Ceballos, Guía de Salamanca. León, 1989. Pg. 53.
9 Id. id. id. , Las Catedrales de Salamanca. León, 1979. Pg. 87.
10 Id. id. id. , Los Churriguera. Madrid, 1971. Pg. 51.
11 José Camón Aznar, Guía de Salamanca. Madrid, 1932. Pg. 34.
12 Elías Tormo Monzó, ob. cit. Pg. 24.
13 María Teresa Igartua Mendia, Desarrollo del barroco en Salamanca.
Madrid, 1958. Pgs.100/105.
14 Luciano González Egido, Salamanca, la gran metáfora de Unamuno.
Salamanca, 1983. Pg. 83.
Por José María Hernández Pérez