Los grandes edificios parecen acorralar a las ruinosas casas que otrora formaron el viejo barrio. Son los últimos vestigios de El Conejal, inmortalizados por Francisco Ruano en la década de 1980 |
INTRODUCCIÓN
Hago un inciso para dar a conocer que esta publicación ha sido confeccionada y escrita, prácticamente en su totalidad, gracias a las vivencias de José María Hernández Pérez sobre dicho barrio por haber sido vecino del mismo, así como por sus capacidades para identificar, observar y analizar lo que sucedió en el mismo. José María estudió Magisterio con beca de la Diputación en la Escuela Normal de Salamanca, siendo Premio “Lorenzo Niño 1947”, al mejor expediente académico. Perito Industrial por la Escuela Técnica de Béjar y empleado de CAMPSA durante 40 años. Articulista de Opinión de LA GACETA REGIONAL DE SALAMANCA así como de Salamanca en el ayer, agradeciéndole de antemano, el poder contar con este salmantino, con un arraigo a su tierra que, a pesar de su avanzada edad, (96 años), nos sigue deleitando con sus 4 libros publicados así como con sus reiterativos artículos de opinión, gracias a su prodigiosa memoria, para comunicarnos de forma escrita y habitual, todos sus conocimientos vividos, sobre temas de: historia, arte, oficios, comercios, etc., acerca de nuestra querida y añorada Salamanca, además de varios inéditos, que suele conmovernos e inspirarnos, dejándonos un legado cultural imborrable que siempre permanecerá como patrimonio, quedando a disposición de todos aquellos que estamos interesados por su conocimiento.
Como introducción, para poder hacernos una idea de cómo fue este barrio, desconocido para muchos, (menos para José María Hernández que vivió en dicho barrio), con distintos y variopintos nombres, que fueron cambiando a través del tiempo como: barrio de Olleros, de San Mateo, El Conejal, El Campillo y actualmente conocido como de San Juan de Sahagún, barrio este que se puso en marcha, en el año 1957, tras aprobarse un Plan Especial de remodelación para el barrio de “El Conejal”, barrio popular con el que se conocía al antiguo barrio llamado de “Los Olleros”, entre la calle Zamora y la de Toro, centrado en la actual plaza del Campillo, en donde, como su nombre indica, habitaban tradicionalmente los fabricantes de ollas y loza, los alfareros salmantinos. En esta zona se mantenían alejados del centro de la ciudad debido al peligro que representaba el fuego de sus hornos.
Según algunos cronistas, el término “El Conejal” se acuñó popularmente cuando los moriscos salmantinos abandonaron la ciudad como consecuencia del Decreto de Expulsión de los Moriscos ordenado por Felipe III en 1609. Dedicados a oficios artesanos, se calcula que la destrucción afectó aproximadamente a unas 500 familias, quedando algunos sectores de la ciudad desiertos y algunos oficios desatendidos. Entre ellos el barrio de Olleros, en que el abandono de sus hogares, hornos y alfares provocó la ocupación de los mismos por una gran proliferación de conejos, de ahí que por esta leyenda y/o realidad, pasó a denominarse “Barrio de El Conejal”, hasta principios del siglo XX, que tras la aprobación del mencionado plan, supuso la desaparición y olvido por completo de este barrio, de calles estrechas y sinuosas, con la expropiación y derribo de todas las casas viejas, y negocios que albergaba, viendo cómo día a día, resurgía otro “barrio” nuevo, con edificios modernos de gran altura, y calles alineadas denominándose barrio de “El Campillo”, cambiando nuevamente para conocerse en la actualidad como barrio de “San Juan de Sahagún”.
BARRIO DE "EL CONEJAL"
A mediados del siglo XX, El Conejal mostraba un aspecto sórdido y descuidado, con calles estrechas, desalineadas y sin pavimentar y un caserío ruinoso, en su gran mayoría de una sola planta, de pequeño tamaño y mal dotado. Los apenas 14.000 metros cuadrados, de dicho barrio, estaban delimitados por las actuales calles de Zamora, avenida Mirat, Toro y Vázquez Coronado y contenía las calles de La Lanza, Bientocadas, de La Estrella, Pozo Hilera y su travesía, calle del Arco, Padilleros, San Mateo, de los Novios, de Villar y Macías, Plaza del Campillo y corral de Villaverde, algunas desaparecidas y otras renombradas.
Construcción de los cimientos de la iglesia de San Juan de Sahagún en una imagen de autor desconocido. Su construcción comenzó en marzo de 1891, siendo consagrada en 1896. |
Una insólita vista de la iglesia de San Juan de Sahagún. La calle de los Novios. Autor desconocido |
El barrio también fue llamado de “Olleros”, por haber sido tradicional asiento del gremio de alfareros, y despectivamente de “El Conejal”, de dudoso origen, como ya hemos mencionado anteriormente.
Imagen de la iglesia de San Juan de Sahagún publicada a doble página en la revista Basílica Teresiana de junio de 1905. La imagen permite ver parte del barrio de El Conejal |
El nombre de Bientocadas se viene diciendo que procede de haber existido en la citada calle una casa en la que vivían unas beatas formando comunidad y siguiendo alguna regla, en que se distinguían sus pupilas por el primor en la colocación de la toca del hábito, lienzo almidonado, con el que cubrían la cabeza.
Si nos remitimos a Gil González Dávila en la “Historia de las Antigüedades de Salamanca, 1606, nada dice de un convento de religiosas en el barrio del El Conejal, pues ni siquiera da por existente la calle de Bientocadas. Bernardo Dorado en su “Compendio Histórico de la Ciudad de Salamanca”, 1776, tampoco hace referencia a ningún beaterio en las inmediaciones del Arco de la Madalena, que daba entrada al barrio que fue encomienda de la Orden de Calatrava, cuando la repoblación, cedida en 1219 a la Orden de Alcántara.
Descartado el cenobio, el motivo de tal denominación se supone que sea el de que la citada calle existió un burdel y que las mujeres que lo habitaban, como es natural, ofrecían facilidades palpatorias a los varones que las frecuentaban.
Calles de la Lanza y de la Estrella en un fragmento del Parcelario de la ciudad de Salamanca 1930-35 con reseñas históricas de Antonio Seseña Arévalo, Salamanca 2015 |
Hubo dos calles paralelas flanqueando la actual Bientocadas, con entrada por la calle El Arco y salida por José Jáuregui. José María Hernández nos explica de forma precisa las personas que habitaron las tres calles situándolas en los momentos de la guerra civil.
Por José María Hernández Pérez
En el primer portalón de la derecha vivían una guapa joven, taquillera del cinema Taramona y su hermana. En el número siguiente el señor Agustín, chofer de camionetas de la Diputación, ocupando la vivienda de al lado una señora viuda y sus hijos, Plácido y dos hermanas, una de las cuales ya de niña comenzó a tocar el violín con aprovechamiento en la Escuela de san Eloy. El último tramo era el muro lateral de “las Cubas de Paco”, amplia tasca lugar de reunión.
La calle de la Estrella por su parte izquierda se iniciaba con el muro de la vivienda de Arco 11, que había sido de Juan Espeso López y Manuela Barbero Olivera y en las fechas que tratamos estaba ocupada por Juan Livianos Holgado, su esposa Carolina Gorrionero Hernández y su hijo Juan. Juan Espeso tuvo tienda de electricidad en el Corrillo y al fallecer en 1921 pasó a su viuda, siendo heredero a la muerte de ésta en 1925, Juan Livianos, que falleció en 1980 y siguió en la familia hasta la fecha con el nieto Vicente. En el número 1 vivía un lacero (perrero) del Ayuntamiento, su esposa Joaquina y los hijos Santiago y Jesús; luego una casa que siempre llamé del misterio pues jamás la vi abierta. Parece que fue vivienda del abogado, maestro y concejal del Ayuntamiento José Andrés y Manso, ejecutado en el monte de la Orbada. A continuación, vivía Esmeralda Vicente, la guarnicionera, con su hermano, el popularísimo “Ángel, el Bobo” y Rosalía, hija paralítica de Esmeralda. En el interior del patio el albañil señor Eusebio, hermano de Esmeralda, con su esposa y dos hijos, Eusebio y Manolo. Luego la carbonería del señor Enrique, siempre vestido con el clásico blusón negro y la señora Flora, su mujer que le ayudaba en el despacho al menudeo con la clásica romana.
Por la derecha el número 2 desapareció en 1926 al prolongar la calle del Arco hasta Padilleros. El 4 estaba ocupado por dos fruteras del mercado, madre e hija. En el bajo del 6 vivía el tratante en granos Crisantos Corrionero, la señora Benilde y sus hijos Avelina y Sebastián, teniendo la vivienda unos grandes almacenes de trigo con acceso para los carros por Arco. El principal estaba ocupado por un matrimonio y su hija Purita, una de las primeras y principales “margaritas” de la Sección Femenina. El 8 era la casa más humilde con portalón de batipuerta y gatera. En el primer piso la anciana señora Anastasia con su hija, la solterona Quica y en el bajo mi familia: José María, guardia municipal y macero del Ayuntamiento y en los ratos libres carpintero y ebanista, Herminia su esposa y mis hermanos Inés, la mayor y Ángel, el pequeño, que nació en esta vivienda. En la siguiente, retranqueada, que era el 10, el bajo lo ocupaba Luis Ingelmo Herrero, con gestoría administrativa en José Jáuregui y en la vivienda un negocio de canarios. Su esposa, Agustina y los hijos Luis, Juan y Marina. En el primer piso la señora Paca, viuda del maquinista señor Tomás y sus hijos Julita, luego empleada en Moga, Tomás, Andrés y Eugenio.
Haciendo esquina, las ventanas y balcones de una vivienda con entrada por José Jáuregui donde vivía doña Laureana una simpática viejecita tan corta de vista que cuando tenía que firmar algún documento, el garabato quedaba impreso en el cristal o la madera que sirviera de soporte. También vivía la familia de Maruja, que casó con el catedrático Domínguez Berrueta, de la segunda generación. Otra familia era la de Guadalupe Vicente y Jesús García de la Mano, veterano dependiente de Jesús Rodríguez López, padres de otro Jesús, que se jubiló en “Casa Jesús” y que sigue tan enamorado de la Plaza Mayor que pasea por ella a cualquier hora.
Imagen de los sepulcros de Roberto y Diego Santiesteban en la iglesia de San Martín en una imagen de la empresa Loty, años 30 del siglo XX, con toda probabilidad de Antonio Passaporte. |
Terminada la guerra civil todavía podían verse en el lateral de la calle de El Arco que hacía esquina con Padilleros, 17, dos escudos nobiliarios, en la fachada de la casa en que nació el 1 de abril de 1932 el torero Victoriano Posada Becerro, que debutó con 16 años en Alba de Tormes y triunfó en España y América, hasta que se casó con Beatriz Intriago, hija y nieta de ministros de Ecuador, el día 26 de julio de 1958 y le prometió cortarse la coleta y cumplió aunque solamente tenía 26 años. Ha tenido 3 hijos y una hija, viviendo en Guayaquil como excelente pintor. En una de las casas siguientes, hacia la de José Jáuregui, vivió hasta mediados del siglo XX, la señora Pepa, repartidora de pan de la tahona de Samuel Martín en las Afueras de san Bernardo, que llevaba un caballo de gran alzada con aguaderas de mimbre y al que, incluso cuando ya le pesaban los años, saltaba a su grupa a la mujeriega y no a horcajadas, poniéndolo al galope si iba de vacío. El número 1 de la calle daba también a la de Vázquez Coronado, que a partir de los años 60 fue ocupado por viviendas y una clínica ginecológica. Los números 9, 11 y 13 eran un saliente de la calle y en el 9 vivió Eloy Lamamie de Clairac, nieto de don Eloy Lamamie de Clairac y Bermúdez de Castro, famoso ganadero de la finca Muchachos en Ledesma, que inauguró la plaza de toros de La Glorieta, el 11 de setiembre de 1893, con una corrida de 6 toros, anunciada para Luis Mazzantini y Rafael Guerra Bejarano “Guerrita” que, por cogida en Murcia fue sustituido por su primo Rafael Bejarano Carrasco “Torerito” y cortó la primera oreja en el cuarto toro de la tarde. |
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Proyecto de fachada para Segundo Primo de Joaquín de Vargas en la calle El Arco en 1910, en Arquitectura y Urbanismo en Salamanca (1890-1939) de José Ignacio Díez Elcuaz |
| Eran las oficinas y los laboratorios, en una extensión enorme de terreno que daba para jardín, viviendas, etc., teniendo primeramente entrada por Sol Oriente, hasta que en 1926 se derribó la casa número 2 de la calle de La Estrella, comunicando la calle de El Arco con la de Padilleros. En 1920 Iñigo Maldonado tenía patentadas 8 vacunas y 5 sueros y se trasladó a unas extensas edificaciones en la carretera de Valladolid, frente a la Plaza de Toros, obra del arquitecto Eduardo Lozano Lardet en 1933. El sábado 8 de enero de 1921 arde una fábrica de jabón en la calle de Padilleros, cuya trasera da a la calle de la Risa (hoy san Mateo) propiedad de don Modesto Tabernero, vecino de Aldeatejada y de don Julián Dorado, calculándose las pérdidas en 40.000 pesetas, aunque, afortunadamente, no hubo desgracias personales. |
Fotografía de M. Nuñez Varadé del grupo escolar central Francisco de Vitoria publicada en El Adelanto, 18 de abril de 1942 |
El Conejal en plena transformación. Tarjeta postal de García Garrabella hacia 1963 |
Recuerdos del Conejal por José María Hernández Pérez |
El moderno edificio que contiene el letrero "Calle del Arco": por esta calle todo el primer plano los laboratorios y oficinas del Instituto de Higiene Victoria, siguiendo la entrada principal con el jardín andaluz; en el número 10 vivió la familia Lurueña con variados negocios a principios del siglo, que culminaron en la segunda mitad con Antonio Lurueña y sus calzados LUAN en la calle Concejo y después con tiendas en Canarias, Nueva York y Madrid. Su hermano Oscar, hasta no hace mucho tenía negocio, no sé si de droguería, en la calle del Prior. A continuación los helados "Los Valencianos" que despachaban barras de hielo a cualquier hora del día o de la noche. Después la vivienda de Justo "el frutero" con el negocio en la calle de Toro, junto a la compañía de transportes "Excelsior". (Por cierto que se le ahogó una hija al volcar la barca en la que iba también un hermano de los médicos José e Ismael Peral, éste fallecido hace poco). Seguía la vivienda de un albañil, padre de Bernabé, camarero del bar "El Avión" que estuvo junto a la funeraria de "El Carmen", en la calle de Zamora y de Neftalí Sánchez, que cogió el negocio de reparaciones rápidas de calzados "El Toro", de la calle de Zamora ubicado casi en el mismo sitio que el bar y la funeraria y lo trasladó a la calle de la Lanza como "El Rápido". Murió hace poco. Sigue la casa del arquitecto Joaquín Vargas Aguirre, con otro patio andaluz y en la esquina con Zamora la puerta accesoria de la tienda de bicicletas y maquinaria agrícola de Gerardo Miñambres. Detrás del letrero de "Calle José Jáuregui" falta ya la esquina de la calle de La Estrella, donde vivió el señor Jesús, de los antiguos dependientes de Jesús Rodríguez López donde también trabajó su hijo Jesús, asiduo "paseador" de la Plaza desde su jubilación. En el principal un capitán padre de Mary, una guapa chica que se casó con el catedrático Domínguez Berrueta, hijo. En la vivienda, todavía en pie, un brigada de la base de Matacán y a continuación el cocinero del Casino, que tenía una extrañísima cojera, con la rodilla derecha hacia atrás y una descomunal alza. La siguiente era la tienda de Aniceto Díez, que dio el traspaso, para abrir el bar Orión en Pozo Amarillo, a los hermanos Villoria, segunda generación de los "Macaos", que tenían tienda de comestibles en Serranos un hermano y en la plazuela de san Vicente el otro, que era el padre de los que llegan a la calle de José Jáuregui y que son: Saturnino Villoria Serrano, "Tunino" y sus hermanos Manuela y los futbolistas del Ciosvin y del Salamanca Isidro y Miguel, cuando abrió el bar Orión en el Pozo Amarillo, donde luego tejidos Ara. La casa derruida no tenía entradas por José Jáuregui y es ya la de Padilleros, donde vivía la señora Pepa. Al otro lado de Padilleros la vivienda del heladero Venancio Díez. Las casas todavía en pie, a la derecha, son las de la Travesía de Pozo Hilera, siendo la primera la de las oficinas de la gestoría de Luis Ingelmo Herero, con entrada también por José Jáuregui. El primer plano derruido es la manzana que dio lugar a la ampliación de la plazuela del Campillo y que solo tenía dos casas habitadas, la que hacía esquina con José Jáuregui, donde vivía el médico de enfermedades venéreas don Manuel Hernández y dos hermanas modistas conocidas como "Las Prudencias". El resto era una casona en ángulo con entrada principal por José Jáuregui en fachada de azulejo talaverano, que se prodigaba en el amplio jardín interior, lindero con el Campillo, siendo el resto dependencias que iban de garaje a almacén o a granja con conejos y gallinas y pavo reales o incluso invernadero. En la foto me despista lo que hay bajo el letrero "Calle Sol Oriente". Es el tejado inclinado, que tiene que pertenecer a la calle de La Estrella y a la acera frente a mi casa. No me suena la conformación que tiene, ni aunque supongamos que el tejado esté a punto derrumbarse. Me son desconocidas las puertas y las ventanas.
Madrid, 22 de mayo de 2020 |
Calles del Arco y Bientocadas en un fragmento del Parcelario de la ciudad de Salamanca 1930-35 con reseñas históricas de Antonio Seseña Arévalo, Salamanca 2015 |
Por José María Hernández Pérez.
La calle del Arco con entrada por la de Zamora tuvo como moradores durante la guerra civil:
El número 1, puerta accesoria de la carnicería de Domiciano García. El 3, puerta cochera condenada. El 5, habitado por Encarnación Alegrete, casada con Jacinto Lahera, oficial del taller de decoración de Eroteides Cascajo, como su hermano José. De sus hijos: Florencio, Paqui, Pepe y Conchi, los varones siguieron la profesión de su padre. En el 6, vivió una señora, para mi hermética, llamada Goyita.
Haciendo esquina con Bientocadas el taller de pintura de Antonio Moreno, hermano del famoso ventrílocuo señor Wences. En el 9, el habilitado del clero y del magisterio señor Alcolea. En el 11, Juan Livianos Holgado con establecimiento de electricidad en la plaza del Corrillo. Solar al derribar en 1926 la número 2, de la Estrella.
En el 15, puerta para descarga de carros al granero de Crisantos Corrionero. En el 17, aparecían dos escudos nobiliarios, en la casa en que nació el 1 de abril de 1932 el torero Victoriano Posada Becerro.
Por el lado de los pares: el número 2, era la puerta accesoria de la tienda de Gerardo Miñambres. El 4, la vivienda con jardín andaluz del arquitecto Joaquín de Vargas Aguirre. En el 4, vivían los padres de Bernabé, muerto muy joven siendo camarero del café “El Avión” en la calle Zamora, frente a la del Arco y de Neftalí Sánchez Pérez, fallecido no hace mucho, dueño del taller de reparación de calzado en la calle de la Lanza. En el número 6, no recuerdo quien vivía. El 8, vivienda de Justo, frutero en Peral, hermano de los médicos José e Ismael. El 10, fábrica de hielo y helados de “Los Valencianos” de los que era vendedor ambulante el que conocíamos como “El Aleoya” por su pregón gangoso de: Hale, Oiga, con la “heladera” al hombro que vivía en el número siguiente, donde la familia Lurueña de la que destacó Antonio fundador de calzados Luan, anunciado en Prior 5, pero instalado en Concejo, 11, en 1953. Extendió su imperio por Canarias, Valencia y Madrid como calzados Lurueña. Su hermano Oscar instaló la perfumería de Prior 8. El 14, fue casa con patio estilo andaluz construida por el farmacéutico Segundo Primo en 1910 y ocupada por Iñigo Maldonado Iñigo, con las oficinas y laboratorio del Instituto de Higiene Victoria en el número 16.
La calle de Bientocadas, fue luego prolongada hasta la Avenida de Mirat por lo que su numeración es contraria a sus paralelas Lanza y Estrella.
Durante la Guerra, alojaba en el número 10 una carbonería, luego taller de pintura del artista bohemio Antonio Moreno, hermano de los célebres ventrílocuos Wences y Felipe. Seguía en el número 8, el taller de reparaciones de Gerardo Miñambres. En el 6, la vivienda de la señora Angela “la Ajera”, dedicada a la venta ambulante de tal liliácea, luego la de su hija, en el número 4, madre de Rufino Sainz Polo que se trasladó a Valencia, inaugurando en 1952 la sucursal de Siro Gay. Luego con entrada por José Jáuregui, la vivienda del médico radiólogo don Ramón García Talavera.
En el lado contrario la esquina con el Arco estaba ocupada por el Sr. Alcolea, habilitado del clero y del magisterio. El número 5, no recuerdo a quién correspondía y la siguiente vivienda del número 3, era un almacén de droguería con regueros de azufre permanentes en la acera. El número 1, no recuerdo quien lo habitaba y haciendo esquina y entrada por José Jáuregui, la vivienda de dos hermanas, de las primeras operadoras de Telefónica.
Calles de José Jáuregui en un fragmento del Parcelario de la ciudad de Salamanca 1930-35 con reseñas históricas de Antonio Seseña Arévalo, Salamanca 2015 |
Por José María Hernández Pérez
Durante la guerra las diversas viviendas fueron habitadas por:
El número 1, estanco, donde hoy la cafetería “Toscano” con varios peldaños para acceso. En el 3, una familia con dos niños, Aniano y su hermana Bea, que se casó con un aviador militar. En el 5, el profesor, concejal y alcalde don Angel Benito Paradinas y poco más tarde el regente de la Escuela Aneja a la Normal de Maestros, don Manuel Pardo. El 7, era un saliente que ocupaba el señor del Arco, chofer de camionetas de la Diputación, padre de Santiago que marchó a Galicia como director de sucursal bancaria y Pepe, taxista hasta su jubilación.
El número 9, la vivienda de la señora Dominica y al lado pequeño garaje donde encerraba un Citroën el chofer apodado “El Madriles”. El número 11, puerta trasera de laboratorios del Perpetuo Socorro, en la Avenida de Mirat. El 13, el mismo muro. El 15, la familia de Pedro Alegrete, artista novel que actuó en alguna ocasión con “Los Tres de Castilla”, conjunto de la salmantina Nice García (a quien conocí de niña y a la que si quería hacerla rabiar no tenía más que llamarla por su nombre completo: Nicéfora”), en el programa Futuras Estrellas y alternó en festivales con Candelas, hija del conserje del Bretón, que formó pareja de baile con Víctor.
En el principal del 17, vivía un sacerdote. En el 19, se me escapa quién viviera y en el 21, el sacristán de los Carmelitas, el señor Anselmo y su hijo Gonzalo, luego excelente fotógrafo con estudio abierto en las calles de Quintana y en la de la Rúa y su otro hijo Anselmo, al que recuerdo siempre enfundado en una gran gorra bilbaína. El 23, la trasera de la tienda de muebles de Angel Nuño, de la Avenida de Mirat. El 25, la gestoría administrativa de Luis Ingelmo Herrero que vivía en la calle de la Estrella, 10.
El 27, pasando la Travesía de Pozo Hilera, era el domicilio de dos hermanas modistas, llamadas las Prudencias, con las que vivía el solterón Federico Calzada y albergaba también el domicilio y consulta del médico don Manuel Hernández. En realidad, la entrada la tenía por Travesía de Pozo Hilera.
Hasta la Plaza del Campillo se extendía el número 29, una enorme casa con fachada de azulejo talaverano, ocupando toda la manzana, a excepción del 27, con vivienda, jardín con pozo de brocal azulejado, huerta, pequeño parque zoológico, almacén y garaje. Pasado el Campillo la hojalatería de Aniano.
En la acera de los pares, lo primero el muro lateral de la tienda y fábrica de chocolate de Angel Benito Paradinas, a la que se accedía por una serie de graníticos peldaños. El número 2, nunca se habitó, siendo un solar depósito de inmundicias. Se podía ver el porqué del nombre de la calle pues asomaba una enorme peña que haría carísima la edificación. Hasta la calle de la Lanza el muro lateral de un taller de torno y carpintería y pasada ésta, en el 4, la amplia bodega de vinos “Casa Paco”.
El número 8, la vivienda y clínica de radiología del doctor Ramón García Talavera. El 10, lateral de Bientocadas. En el 12, vivían dos hermanas, de las primeras telefonistas que inauguraron el edificio de la Plaza de los Bandos y el niño Julito. Pasada la calle de la Estrella, en la planta baja del número 14, Jesús García de la Mano y su esposa Guadalupe, padres de Jesús, dependiente de Jesús Rodríguez como su padre y que todavía hoy se pasea garboso por la Plaza Mayor. En el principal la familia del militar de Juan, cuya hija María del Carmen se casó con un catedrático hijo de los Domínguez Berrueta. En el 14 d) un militar del ejército del aire, que todos los días se desplazaba a la base de Matacán. A partir de aquí la calle hacía un recodo y en el número 16, con pasillo interior muy alargado que desembocaba en patio interior, vivía el cocinero del Casino, señor con cojera rara pues, aparte del alza enorme en un pie, la rodilla la tenía doblada en sentido contrario. También vivía la familia de Teodoro y su hermano, un boxeador profesional con el apellido de un santo y que acabó de guardia municipal. El 18, la vivienda y comercio de ultramarinos de Aniceto Díaz que, al dar el traspaso a “los calle de Padilleros, el número 20, la heladería de Venancio Díaz, que distribuía sus productos en un carrito con toldo, de doble recipiente. Finalizaba la calle con el número 22, amplísimo local, almacén de loza, sanitarios y grifería.
Como recuerdos del Conejal, que merece la pena contar, por ser noticia de actualidad que, con motivo de las fiestas de San Juan de Sahagún, la GACETA REGIONAL de Salamanca, el 12 de junio de 1983, se publicó un reportaje escrito por el periodista Pedro Casado, bajo el título que expondré literalmente, con entrevista a Lisardo Álvarez, propietario del Bar Sevilla, evocando los tiempos del famoso barrio salmantino, que bien merece la pena el contarlo, subtitulándolo: Del chato de vino a veinte céntimos a treinta y cinco pesetas…con menos grados.
Por Pedro Casado
Ya desde los tiempos en que Juan de Sahagún pacificaba los bandos, Salamanca estuvo dividida, y perfilada en no pocos barrios, que le dieron auténtica fisonomía, gracia y perfil, y cada uno de los habitantes de esas zonas tenían su propia identificación.
Desde los barrios trastormesinos de Chamberí y el Arrabal, la “Prospe”, de los ferroviarios, Garrido y Bermejo, de los militares, constructores y clase media, el “tercermundista” Pizarrales, a los que se añadiría después a esa “corona de espinas” el barrio de los Alambres y el de los Bilbaínos, del Puente de Ladrillo, etc.
Dentro de la zona del centro, la ciudad también tuvo sus divisiones, el barrio antiguo, el de la Catedral, el de la Merced y el del Conejal.
El presente artículo publicado en el suplemento de La Gaceta Regional sobre las fiestas de San Juan de Sahagún de 1983 |
Todos ellos han seguido su vida, a su aire y a su manera. Sin embargo, este último, el del Conejal, sede e imperio de los caballos del “Veneno”, de tantos personajes con fisionomía y perfil en la ciudad cuya enumeración resultaría muy prolija, y muy comprometida por los inevitables olvidos, es el que ha experimentado una radical transformación. Desaparecida todas sus casas, algunas de no pequeña gracia, incluidas mansiones, casas solariegas, casitas “de pueblo”, calles de serpenteo, surgió en las cenizas de ese barrio de San Mateo, que nunca debió desaparecer, un auténtico “Manhattan”, un barrio lleno de rascacielos, con mucha vida comercial, eso sí, pero con escasa gracia y fisonomía.
La historia del barrio de San Mateo, o del Conejal, podrían contárnosla infinidad de personajes salmantinos, algunos de los cuales ya desaparecieron, como los Recio, Serrano Piedecasas, Ángel Nuño, Ignacio García Forcat, don Anastasio Oliete, Salvador Justel, Pablo Beltrán de Heredia, el cirujano, y la familia García Talavera, don Agustín de tan grato recuerdo. Este barrio era un auténtico “pueblo” incrustado en la propia ciudad. ¿Quién no recuerda las famosas bodegas, de las cubas de vino a la intemperie, al comienzo de la desaparecida calle José Jáuregui? Un barrio que fue uno de los núcleos de mayor sabor salmantino, del que desgraciadamente, hoy apenas quedan ni recuerdos.
Fue un barrio que nunca debió desaparecer, aunque por viejo y por depravado, algo tendría que haberse hecho a tiempo, en lugar de permitir la total voladura con ese afán de construir rascacielos, como uno de los más pretenciosos barrios, con colegio de postín incluidos. Si antiguamente fueron muchos los salmantinos, de cierto abolengo que moraron en él, la mayor parte de las viviendas se nutría de la más tradicional clase media de Salamanca.
―¿Es uno de los pocos testigos que quedan de aquella época?
―No, aún quedan bastantes por ejemplo el «Chocolatero» que tuvo siempre su fábrica en el final de la calle de Zamora. Hay otros muchos que podrían hablar de lo que fue este barrio y de la transformación que experimentó, precisamente en los momentos más cruciales de la vida económica de la ciudad, en la que realmente pocos remilgos se podían hacer porque las circunstancias no lo permitían.
En aquella época no había un “duro”, y el -trueque- que se hizo, a consta de pagar unas cuantas “perras” por expropiaciones forzosas, a los dueños del barrio, aunque malo de cara a la supresión de un barrio con auténtica fisonomía, no hubo otra solución mejor. Nadie tenía dinero y mal se iba a poder dedicar fortunas para restaurar las casas.
―Sin embargo, fue una pena que un barrio, lleno de fisonomía y de estilo desapareciera….
―Claro, pero esto lo decimos ahora, en aquellas circunstancias lo que se hizo fue una salvación. Eran los tiempos de la alpargata, de la escasez de todo y El Conejal o San Mateo desapareció porque tenía que desaparecer. No hubo manera, ni con los mismos milagros de San Juan de salvarlo.
Recorrer el barrio echando la vista atrás por quienes tuvimos la suerte de conocer esta zona salmantina, es llorar. La verdad es tal como se encontraba no podía esperarse otra solución, pero el barrio de San Mateo, tal cual era, constituyó una verdadera pena que desapareciera.
Algunos de los que conocieron aquella época y la posterior, nos pueden hablar y evocar sobre una y otra perspectiva. El dueño del Bar Sevilla, que lleva allí más de cuarenta años, presenciando día a día su transformación, ha querido evocar para nuestro suplemento algunas de las cosas que él vivió tan directamente.
―¿Cómo era el barrio?
―Como usted acaba de decir, era un pueblo, un trozo de provincia, incrustado en el propio centro de la ciudad. Un barrio que tuvo su fisonomía, su estilo y sus características propias, con unas casas netamente salmantinas, con un estilo de vida y con unos habitantes que conformaban una fisonomía muy definida.
Lisardo Álvarez sigue evocando aquellos tiempos en los que El Conejal transcurría dentro de una paz bucólica, como la mayoría de los barrios salmantinos.
―Yo estuve veinte años enfrente de donde hoy estoy, junto a la cuadra de los caballos de Oliete, a la vera de la Gestoría Ingelmo, que fue una de las actividades pequeñitas que la plaza del Campillo tuvo, mejor dicho, el Pozo Hilera, como entonces se le llamaba.
―¿Por qué?
―Porque todo esto está lleno de pozos. De ahí le viene el nombre de Pozo Hilera.
Un “Hilera” que tuvo su “miaja” de pitorreo, ya que en aquella época ya se deslizaban disparates, como los de ahora de los rótulos, y el maestro suprimió la “h” de la hilera.
―La barriada tuvo su tradición, ¿no Lisardo?
―Pues sí, porque al principio de la calle José Jáuregui hubo un establecimiento de vinos, el de las célebres cubas de Paco, frente al Chigre Asturiano, creado por Juan Díez, el corredor de fincas. Allí se asentó una célebre Peña llamada “Los Basilios”, a la que pertenecieron entre otros Agustín Perretta, Ángel Caballero, el hermano de Dámaso Sánchez de Vega y muchos otros que dieron sabor a la calle.
―Las cubas de paco eran famosas por sus vinos y por la peña de “los Basilios”
―Cuando el gremio acordó subir diez céntimos en el “perro de vino” yo tuve que romper el pacto por el boicot de los clientes.
―¿Alguna anécdota?
―Muchas, en cuarenta años, hay para dar y contar. Para que se haga una idea de cómo estaban los precios le diré que con motivo de una subida que acordamos los industriales del gremio consistente en poner el chato de vino que vendíamos en 0,20 cts. a 0,30 cts., yo tuve que hacer un “arrenuncio”.
―¿Y eso?
―¡Quite pallá, hombre! Al subir los diez céntimos me quedé sin clientes, así que al día siguiente no tuve más remedio que acudir a casa de Juan Díez y decirle lleno de atribulación: “Mire Ud., yo lo siento mucho, pero no puedo respetar el acuerdo de la subida del precio de los chatos”. ¿Por qué? – me respondió el dueño del “Chigre”- Y yo le contesté: “Porque los clientes pasan de lado, me han hecho el boicot y yo no puedo permitir que pasen de lado sin que entren en mi establecimiento. Esto da idea de lo que era en aquella época subir diez céntimos en el chato de vino.
―¿A veinte céntimos?
―A veinte, a treinta y a cuarenta.
―Y a lo mejor era de más calidad que ahora….
―Por lo menos tenía más grados.
Lisardo Álvarez que puso el negocio del “Bar SEVILLA” al casarse, ha sido testigo de más de treinta y ocho años en el barrio. Cinco hijos, y varios nietos, es la herencia de esa pertenencia en el “Conejal” como industrial de vinos y tapas.
―Esto, sabe usted, tuvo gran animación cuando paraban los coches de línea de Recio y después la empresa de Moreno de Vega. Era un auténtico mercado. Después a otras horas del día se mantenía el “goteo” de los clientes de siempre.
―¿Ahora como vende usted aquel chato de vino, que tenía más grados?
―Ahora mismo a 35 pesetas.
―¿Qué pasó cuando se anunció la expropiación forzosa por parte del Ayuntamiento?
―Los propietarios y los inquilinos nos conmovimos ante aquel acuerdo, pero comprendíamos que el barrio no podía aguantar en la forma que estaba; las casas eran pura miseria, excepción hecha de una casa solariega de unos ganaderos, así que todos sabíamos que esto tenía que terminar con la piqueta.
El Colegio del “Ave María”, y de la casa del inolvidable párroco de San Juan de Sahagún, don Santos Jiménez fue escuela de formación de no pocos salmantinos. Aquellas antiguas callejuelas de nombres tan evocadoras como Los Novios, Bientocadas, etc., dieron paso a esas “anchas” avenidas actuales donde el comercio, la casa de los médicos, Radio Salamanca, los establecimientos de bebidas y hasta algunas entidades de crédito dieron nueva configuración a la barriada.
Sin embargo, El Conejal no ha tenido demasiada prensa, ni buena ni mala; ha pasado desapercibido y muchos, muchísimos salmantinos actuales ni siquiera saben que existió. Como tal barrio, no mereció la más mínima atención de Pedro Antonio de Alarcón, (Poeta, escritor, diputado y senador de España, embajador. 1833-1891), cuando su visita un 8 de octubre de 1877 a la “ilustre y grave ciudad del Tormes… antes de que la limpien, como diría la reina. El escritor se adentró en la ciudad por la calle de Zamora “que según vimos después es la mejor de Salamanca, llamó sobre todo nuestra atención, y muy particularmente la mía, por su color pardo, austero y como de vejez” sin mirar siquiera al barrio del Conejal. «A Salamanca, antes de que, por razón de ornato público, le sacudan el polvo de los siglos. ¡A Salamanca, antes de que la reformen, antes de que la mejoren, antes de que la profanen!», repetiría Alarcón².
Edificio en la plaza del Campillo. Año 1947. Foto del arquitecto Ricardo Pérez Fernández publicadas en FAS por Ricardo Javier Pérez Santa Cecilia. A su lado se construiría en 1950 el edificio en cuyos bajos se encuentra el bar Sevilla |
Haciendo alusión a la anterior entrevista, recientemente un artículo de SALAMANCA HOY, el 8 de marzo de 2025, publica una entrevista a los sucesores de Lisardo Álvarez, propietario del bar SEVILLA, que cogió en un primer traspaso, según recuerda su hijo Julio, la segunda generación del bar aunque ya jubilado, en el año 1945 por un importe de 17.000 pesetas, construido sobre una casa antigua, sobre el barrio de “El Conejal”, en la Plaza del Campillo, que luego se traspasó por el derribo, de dicho barrio, a otro local de enfrente, sito en la calle José Jáuregui, nº 32, donde se ubica actualmente y que tras tres generaciones, se puede visitar, con una historia de 80 años, en una misma zona transformada por completo sobre un barrio que cambio completamente y pasó de ser considerado las afueras de la ciudad, con casas bajas en una zona considerada como “extrarradio” de Salamanca, a pleno centro, y como anécdota que aún recuerda, el hijo de Lisardo, Julio que refiere: “alojaron a la gente temporalmente en la cárcel vieja de Salamanca para tirar todas las casas….”
NOTAS
² Todo aquel que quiera ilustrarse sobre el viaje que realizó Pedro Antonio de Alarcón a Salamanca, el 8 de octubre de 1877, existe un libro publicado en el 2021 por la Diputación de Salamanca, titulado: DOS DÍAS EN SALAMANCA. Alarcón, Pedro Antonio de; Rivas Hernández Ascensión (ed. Lit.); Ángel Tocino (Fotografía) 2021. En dicho libro se recoge el viaje que es el que trajo a Salamanca a Pedro Antonio de Alarcón en el momento en el que se abrió la línea de Medina con Salamanca. Llegó con dos amigos y en los dos días que estuvo en la ciudad realizó cuatro rutas. Un libro muy bien escrito, preciso y muy ameno, con descripciones magníficas y con fidelidad, rigor y minuciosidad. En palabras de la autora, «la intención de Alarcón no es hacer descripción de Salamanca, sino de sus gentes, del ambiente de las plazas y mercados. Se fija y describe los colores, los ruidos como el de las campanas».
BIBLIOGRAFIA:
• Casado Pedro. LA GACETA REGIONAL, Fiestas de San Juan de Sahagún 1983, ¡AY BARRIO DEL CONEJAL…!
12/06/1983. Págs.: XVIII y XIX.
• Callejero histórico de Salamanca. Varios autores. Fundación Salamanca Ciudad de Cultura, 2008.
• Hernández Pérez José María. Salamanca en el Ayer. “Calle Padilleros”. 08/06/2020.
• Hernández Cesar. Salamanca en el ayer. “Barrio del Conejal”. La desaparición del barrio “El Conejal”. Años 60 del siglo XX. 25/05/2015.
• Hernández Cesar. Salamanca en el ayer. “Calle del Rector Tovar”. 11/06/2016.
• Hernández Pérez José María. “Calles de la Lanza y de la Estrella”. LA GACETA REGIONAL- Opinión- Minucias Salmantinas. 05/03/2021.
• Hernández Pérez José María. Salamanca en el ayer. “Recuerdos del Conejal”. 22/05/2020.
• Hernández Pérez José María. “Calle del Arco y Bientocadas”.
• Hernández Pérez José María. “El mito de las Bientocadas”. Minucias Salmantinas. La GACETA REGIONAL – OPINION. 03/10/2020.
• Historia de las antigüedades de la ciudad de Salamanca. Gil González Dávila. Imprenta de Artus Taberniel. Salamanca 1606.
• Historia de Salamanca. Manuel Villar y Macías. Imp. De Francisco Núñez Izquierdo. Salamanca 1887.
• La Reina del Tormes. Fernando Araujo. Imp. Y Lit. de Jacinto Hidalgo. Salamanca 1884.
• Linacero Laura. SALAMANCA Hoy, “El bar de Salamanca de mediados del siglo XX aclamado por su empanada casera”. 08/03/2025
• Parcelario de la ciudad de Salamanca, 1930-1935 con reseñas históricas. Antonio Seseña Arévalo. Salamanca 2018.