Parroquia de San Juan de Barbalos
El Cristo de la Zarza se encuentra hoy situado sobre el muro de la entrada, por los pies, de la iglesia de San Juan de Barbalos, nombre que le viene del pueblo de Barbalos, del partido de Sequeros, perteneciente a un mayorazgo que fue de la Orden militar del Hospital de Jerusalem, fundadora de esta iglesia, que pese a su antigüedad no es citada en el Fuero de Salamanca. Se erigió en los tiempos del obispo Berengario y siendo gobernador el conde don Ponce de Cabrera.
Está situada la iglesia en el territorio de los castellanos, que vinieron a Salamanca al mando del conde don Vela de Aragón. Fue declarada Monumento histórico artístico con fecha 13 de julio de 1983 y en el arreglo parroquial de 1867 dejó de ser parroquia exenta para pasar a someterse a jurisdicción ordinaria en calidad de parroquia no exenta, de patronato particular, con derecho de presentación.
Hay quien afirma que no es Barbalos sino Barbados, por barbudos, que "eran unos hombres que no salían de la iglesia por no ir a la cárcel y permanecían allí tanto tiempo que les crecía la barba"1. Se acogían al derecho de asilo del que disfrutaba la iglesia.
El Cristo, según la
tradición, fue descubierto por los caballeros jerosolimitanos, cuando se
disponían a construir los cimientos de la iglesia, bajo una zarza medio
enterrada, de donde le vendría el nombre.
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Se trata de un enorme Crucifijo, de los denominados Maiestas Domini, en madera de nogal, de tonos claros y mates, de 1,97 metros de altura, de estilo románico del siglo XII, de impresionante aspecto y formas desproporcionadas, tosco y rudimentario en su hieratismo, todo el cuerpo en un solo plano con pectorales poco dibujados y en trapecio hacia las axilas y costillas sin ningún alarde anatómico. Llaga del costado poco señalada y con pequeños borbotones de sangre, de cabeza grande y alargada, rostro anguloso y feo con los ojos pequeños abiertos y la mirada hacia el cielo, nariz recta y alargada, boca entreabierta, barba espesa de mechones retorcidos recortada simétricamente y cabellera larga que se desparrama sobre los hombros en mechones también simétricos, que dejan ver las orejas, cuello cilíndrico y todo Él sin sombra de congoja ni dolores.
En lo alto de la cabeza se dibuja un cerco que atestigua la existencia en su día de una corona real.
Hombros y axilas mal talladas, brazos cortos y horizontales, con los dedos de las manos pegados y abiertos, sin flexionar, dos clavos en los pies poco detallados y paralelos, apoyados en el suppedaneum que mantiene el cuerpo en mayestática rigidez a través de unas cortas piernas y gran paño femoral, pegado al cuerpo, de pintada tela dura, que llega hasta las rodillas desde más abajo de las caderas, con dos órdenes de sencillos y geométricos lineales pliegues verticales, anudado al centro con rebuscado lazo hacia arriba.
Según Gómez-Moreno: "en su tiempo debió parecer, no obstante, obra maestra, según lo cuidadosamente que se halla recubierto con un lienzo encolado muy fino, aparejado encima con yeso, pintado, y dorados la cruz y el sudario"2.
La talla hoy no presenta rastros de las sangrantes pinturas que en su día tuvo repartidas por todo el cuerpo.
La Cruz no es la original, que era de gajos, perdida en el siglo pasado cuando el Cristo, muy repintado, fue arrumbado en las dependencias parroquiales y luego en el Museo Provincial, donde todavía se encontraba en 1956. Es plana y ancha, con ménsula para descanso de los pies, de brazos poco acordes con la época del Crucifijo pues, en lugar de presentar patas o potenzas en los extremos, acaban éstos en adorno de curva y contracurva y con estrechamiento final. Carece de la cartela que por mofa colocaron sobre la Cruz los judíos al tiempo de crucificar a Jesús.
Sobre este Cristo de la Zarza escribe Luciano González Egido en su libro, Salamanca, la gran metáfora de Unamuno:
"Un Cristo que se ganó las simpatías de Unamuno por su desamparo y por su triste destino, con el que seguramente se identificaría, con el dolor de las premoniciones trágicas y la agudeza de la lucidez igualmente dolorosa: 'Había en la iglesia de San Juan de Barbalos de la ciudad de Salamanca, en que escribo, un viejo crucifijo románico, de casi tamaño natural, largo tiempo hace retirado del culto. Hoy está en el Museo Provincial, pero yo lo conocí en un desván o trastero del claustro de dicho antiguo templo. Hallábase desclavado y con los pies rotos. Su expresión, hierática. Es de madera recubierta de tela y pintada... Cuando lo descubrí, hace ya años, tramé conversación con el sacristán de cómo se encontraba el Cristo en tal sitio y tal estado. Y hubo de decirme que, resuelto el párroco a retirarlo del culto porque ya, lejos de excitar devoción y reverencia, provocaba, por su fealdad, risa... El pobre Cristo de San Juan de Barbalos, desterrado de su templo a un museo'. Pobre Cristo románico, Cristo hasta en su inutilidad conmovedora, sin cruz propia, humano en su abandono de telas pintadas y muñones dramáticos, sacado de la oscuridad por Unamuno, para no merecer ni siquiera un verso suyo"3.
En el preámbulo de un libro de Fernando Chueca pone en boca de don Manuel Gómez-Moreno las siguientes palabras, pronunciadas en 1901: "una tarde leían en cierta plazoleta de las afueras la poesía de Gabriel y Galán "El Cristu Benditu"; los elogios eran extremados, y al propósito les hablé del crucifijo románico que había sacado de un gallinero en San Juan de Barbalos; fueron a verlo y de ello resultó otra poesía de Unamuno en él inspirada"4. (Las personas a que se refiere eran el citado Unamuno, don Luis Maldonado y los hermanos Rodríguez Pinilla, Cándido, el poeta ciego de Ledesma e Hipólito, catedrático de Hidrología médica en la Universidad y la poesía tal vez sea el relato anterior).
El Cristo de San Juan de Barbalos alcanzaron todavía a verlo en el Museo Provincial, Camón Aznar en 1932 y Cirlot en 19565.
Para Julián Álvarez Villar, en 1994, el Cristo de la Zarza se encuentra situado en el altar6, cosa que no se ajusta a la realidad pues se trata de otro Cristo que luego se describirá.
No hay constancia de la fecha en que se creó en esta iglesia la Cofradía del Cristo de la Zarza, que se trasladó luego a la parroquia de Santo Tomé y que en ella se extinguió a finales del pasado siglo, teniendo en ella también su sede la Cofradía de las Animas.
1.- Tomás Prieto, Salamanca, la ciudad de oro. Historia, monumentos, leyendas y tradiciones.
Madrid, 1970. Pg. 25.
2.- Manuel Gómez-Moreno
y Martínez, Catálogo monumental de
España. Provincia de Salamanca. Valencia, 1967. Pg. 176.
3.- Luciano González
Egido, Salamanca, la gran metáfora de
Unamuno. Salamanca, 1983. Pg. 112.
4.- Fernando Chueca
Goitia, La Catedral Nueva de Salamanca.
Salamanca, 1951. Pg. IX.
5.- José Camón Aznar, Guía de Salamanca. Madrid, 1932. Pg. 106
y Juan Eduardo Cirlot, Salamanca y su
provincia. Barcelona, 1956. Pg. 160.
6.- Julián Álvarez Villar, Conocer Salamanca. León, 1994. Pg. 59.