Cristo de la Expiración

Iglesia de la Clerecía

 

 

Se encuentra el Crucificado en el centro del retablo de la denominada capilla del Cristo, de la iglesia de la Clerecía, que es la tercera según se entra, en el lado de la epístola. 

La hornacina en que se aloja el Cristo, de arco trilobulado y gran tamaño, con marco de guirnaldas y festones, constituye el eje central del retablo prechurrigueresco ensamblado por Manuel Saldaña, el joven1, quien contrató la obra en 1690 y autor también del retablo de San Francisco Javier de la misma Clerecía y del de la iglesia del Hospital de Santa Margarita y los Mártires San Cosme y San Damián, hoy capilla de las religiosas Siervas de San José. Para Camón Aznar y para Antonio García Boiza el retablo es obra de Joaquín Churriguera2.

Retablo de la Capilla del Cristo. foto Mas

    

 fotografía actual de Ramón Gómez


Al ser la hornacina de tan considerable tamaño, desapare­cen las calles laterales y son sustituidas por cuatro columnas salomónicas, de fustes retorcidos y recargadas de ador­nos vegeta­les: hojas de parra y vides. Avanzan las de los exte­riores y se retrasan las próximas a la hornacina. 

El cuerpo superior del retablo luce una hornacina acabada en arco superior y dotada de cuatro columnas, adornadas con guirnaldas y festones. En el hueco la imagen de un santo jesuita. 

El banco del retablo presenta un relicario compuesto por un grupo de alabastro, que representa a Cristo yacente, al que acompañan angelitos que portan los atributos de la Pasión.


Detalle de la capilla del Cristo en la Clerecía 
Fotografía de Ramón Gómez.


La talla del Cristo, de tamaño menor que el natural, algo mediocre para algunos, una buena escultura para otros y de excelente factura para los de más allá, se atribuye a Pedro López Rainaldo, hacia 1690 y a juicio del padre Alfonso Rodríguez G. de Ceballos3, se trata de una réplica del Cristo de la Agonía de Bernardo Pérez de Robles, muy imitado en Salamanca desde que, en 1670, se colocara la imagen en la capilla de la Venerable Orden Tercera de San Francisco. También lo atribuye a López Rainaldo y lo hace imitación del Cristo de la Agonía, Ramón Otero4. 

Es un Cristo de coloración violácea que agoniza, por lo que carece de llaga en el costado, clavado sobre cruz de tronco natural grande y corteza de pronunciados nudos, con el rostro implorante hacia la derecha, ojos muy abiertos inyectados en sangre, la boca entreabierta, barba negra de abundantes rizos, bigote partido y melena rizada que cae sobre los hombros. 

El tronco, considerablemente alargado y vertical, los brazos bastante horizontales de muy pronunciados músculos y venas y los dedos de las manos flexionados sobre los clavos, las piernas juntas, finas y largas, ligeramente vueltas hacia el lado contrario la derecha y las rodillas adelantadas con escoriaciones abundantes. Busto delicado con las costillas poco apreciables y el vientre ligeramente hundido sin contracción trágica. Paño de pureza, de amplios movimientos y quebrados pliegues, muy abierto, deja ver perfectamente junto a la cuerda roja que lo sujeta, la cadera y muslo derechos, con anudamiento y caída en barrocos pliegues por detrás de la cadera derecha, circunstancia propia de los Cristos tallados a partir del último tercio del siglo XVII. 

La Cruz lleva enorme cartela rectangular sobre el largo cabecero con la inscripción trilingüe: hebreo, griego y latín. 

La parte de atrás de la hornacina, donde se aloja el Cristo, consiste en una pintura -atribuida a Alejandro Rodríguez5- representando la ciudad de Jerusalem al fondo y un primer plano donde destacan jinetes, mercaderes y sacerdotes. 

Parece ser que, acompañando al Cristo de la Expiración, debió existir un San Juan, hoy perdido, y la Dolorosa, que luce en el altar, escultu­ra de época anterior, concebida para ser colocada en alguna hornacina por lo que no hace mucho juego con la imagen del Crucificado y que venía atribuyéndose a Luis Salvador Carmona, cuando en realidad es obra del mencionado Pedro López Rainaldo6. 

Esta imagen es la de Nuestra Señora Madre de la Sabiduría que desfila en el mismo paso del Santísimo Cristo de la Luz en la noche del Martes Santo.


  

 

 

1.- María Teresa IgartuaMendia, Desarrollo del barroco en Salamanca. Madrid, 1972. Pg. 58.

2.- José Camón Aznar, Guía de Salamanca. Madrid, 1932. Pg. 66 y Antonio García Boiza, Salamanca monumental. Salamanca, 1959. Pg.102

3.- Alfonso Rodríguez G. de Ceballos, Estudios del barroco salmantino. El Colegio Real de la Compañía de Jesús de Salamanca. Salamanca, 1985. Pg. 100.

4.- Ramón Otero, Enrique Valdivieso y Jesús Urrea, HISTORIA DEL ARTE HISPANICO. Artículo: El barroco y el rococó. (6 volúmenes). Tomo IV. Madrid, 1978. pg. 195.

5.- Alfonso Rodríguez G. de Ceballos, Guía de Salamanca. León, 1989. Pg. 116.


Por José María Hernández Pérez
06/03/2023 Rev. 00