Calle de Ribera del Puente y Cruz del Río



Constituye el último reducto del antaño populoso barrio de Santiago o de Curtidores. Sus edificios de 3 o 4 plantas, cuyas primitivas construcciones datan de los siglos XV al XIX, adosan sus patios a la muralla para orientar sus fachadas al Tormes. La calle se extiende desde la Puerta del Río hasta la cuesta de San Juan del Alcázar manteniéndose paralela a San Gregorio y separada de ésta por una meseta o acera elevada y parapetada como protección por las fuertes diferencias de alturas. El intenso ajetreo urbanístico de la zona de los últimos 150 años hizo desaparecer sus números impares, que nunca fueron muchos. La evolución del viejo entramado callejero, mucho más tupido e intrincado que el actual, pudo haber fundido esta calle con otras de las que hemos perdido ubicación como la calle de la Celestina, la del Judío Uguero o la de las Airosas (el parcelario de la II República la identifica con la de San Juan del Alcázar).

El barrio de Santiago comenzó su declive con la desaparición a mediados del siglo XX de las empresas de curtidos que habían sido el sostén económico del barrio. En la década de 1960, el deterioro de sus viviendas y calles era ya tan ostensible que empujó a los habitantes a trasladarse a los nuevos barrios obreros de la ciudad nacidos del desarrollismo siendo sustituidos por clases sociales más pobres y marginadas apenas capaces de pagar los alquileres, tan bajos que no permitían a los propietarios el mantenimiento de las viviendas en estado digno.
El Decreto 2920/1975, de 31 de octubre, por el que se declaraba la expropiación forzosa de los bienes necesarios para la ejecución de las obras de la Ronda de Circunvalación y de la Gran Vía-Parque, supuso el golpe definitivo que llevó a la desaparición del barrio llevada a efectos en 1978. Nunca, ni en aquel momento, se demostró el beneficio de tal pérdida pero a modo de compensación no tardó mucho el Plan Especial de Protección y Reforma Interior del Recinto
Universitario y Zona Histórico-Artística aprobado en 1983 en conceder subvenciones para rehabilitar los edificios catalogados entre los que se incluyeron las casas de la Ribera del Puente.

Extramuros, frente a la Puerta del Río, estuvo la parroquia de San Gil. La iglesia erigida en 1265 debió ser derribada a finales del siglo XIV para ayudar a la defensa de la ciudad en la guerra contra Portugal, siendo señalado el lugar que ocupó por una cruz elevada sobre una columna corintia de buena hechura de finales del siglo XV o principios de XVII (F. Araujo, “La Reina del Tormes”).
No nos consta que sirviera de picota aunque sí se expusieron miembros descuartizados de algunos reos en la Puerta del Río para servir de ejemplaridad general.


Calle de la Ribera del Puente en el plano
basado en Francisco Coello de 1858 y en 2012
















Un récord que nunca llegó al Guinness
Fotografía de la Ribera del Puente de autor desconocido y fecha incierta



D. Emeterio Vicente tuvo una taberna en la avenida del Rector Esperabé, de cuyo humilde comercio, establecido a mediados de la década de 1910, dejó constancia, ¡que sepamos!, una delirante apuesta y esta fotografía.
Eran tiempos, no tan lejanos, en que todavía el vino se transportaba en odres o pellejos de piel curtida de macho cabrío y se media por cántaras de ocho azumbres cada una, divididos a su vez en cuatro cuartillos de diez y seis copas. Se servía directamente en vasos desde los odres y se utilizaban embudos para llenar damajuanas, garrafones o frascas. Una vez vacíos se devolvían para adquirir otros llenos, como hoy ocurre con los barriles de cerveza o las botellas de butano.

La apuesta la lanzó, un frío día de enero de 1932, D. Higinio Pablos, de oficio distribuidor mayorista de vino, que animado, tal vez, por los efluvios de tan singular líquido y/o por el profundo conocimiento que tenía de su oficio, estimó posible acarrear desde el establecimiento de su propiedad situado en la Avenida de Rodríguez San Pedro, hoy avenida de Comuneros, casi en el Alto de Rollo, veinticuatro odres de vino cargados en carros tirados por mulas, descargarlos en el patio del establecimiento de D. Emeterio y regresar al punto de salida en menos de 46 minutos, dedicándose a la tarea tres personas y sin correr.
El envite no cayó en saco roto, sino que fue aceptado por D. Juan Sánchez y D. Francisco Peix, industriales de la plaza y conocedores también de las dificultades del transporte de mercancías, aunque no precisamente de vino, que vieron en el reto la oportunidad de disfrutar de "gorra" de una buena cena, bien regada con el vino de su amigo. Tal vez, se les escapó a los protagonistas la apuesta de las manos, que fue comentada y animada por compañeros de los gremios de los implicados, llegando incluso a oídos de la prensa, hasta el punto de que no quedó más remedio que llevarla a afecto.
Eran las cinco de la tarde de un día de finales de enero cuando dos carros con veinticuatro pellejos de vino y un total de 2.650 litros salieron desde el Alto del Rollo conducidos por D. Higinio Pablos, su hermano y un dependiente. Recorrieron la avenida de Rodríguez San Pedro, el paseo de Canalejas y del Rector Esperabé hasta la taberna de D. Emeterio, descargaron en su patio el contenido de los carros y al terminar, regresaron por el mismo camino hacia el punto de partida. Uno de los carros tardó 30 minutos en completar la tarea y el otro dos minutos más, cerrando la prueba con un récord de 32 minutos. No tenemos constancia de que tal proeza se volviera nunca a realizar, pero dudamos que actualmente con unos buenos furgones de reparto y medios mecánicos de descarga pudiéramos acercarnos a ese tiempo.
Sea como fuere, los implicados dieron buena cuenta de viandas y caldos servidos en la cena que, con buen humor, se celebró por el evento en el establecimiento de D. Emeterio Vicente.

Al fondo de la imagen, tras el carro tartana de D. Emeterio, se encuentra el edificio con fachada de piedra franca y porte dieciochesco, actual nº 30 y nº 32 de la calle Ribera del Puente, que encaraba al espacio abierto frente a la entrada del Puente Romano que, en tiempos del barrio de Santiago, recibía el nombre de plazuela del Puente.

Fuente: El Adelanto del 24 de enero de 1932
C.H. fc 27/12/16 Rev. 00



La cruz del Río y el recuerdo de la iglesia de San Gil. Fotografía de Walter Schröder en el Bildarchiv Foto Marburg.



Impresiona la calidad y belleza de esta imagen obtenida en formato 9x9 por el fotógrafo alemán Walter Schröder. El lugar, captado de manera recurrente por turistas, fotógrafos aficionados y profesionales, se ha convertido en una de las postales más típicas de la ciudad. La imagen nos sirve además para retomar el tema de las cruces o cruceros, hoy prácticamente desaparecidos de la ciudad y de los que al menos se conocen trece ubicaciones en diferentes épocas.

A finales del siglo XVIII, el arquitecto Jerónimo García de Quiñones reflejó en su plano de la ciudad de Salamanca la situación de diez de ellas. Estas cruces se colocaban con diversas finalidades que, en general, nada tenían que ver con picotas o ajusticiamientos. La cruz de término o humilladero, colocada en las entradas de ciudades o villas, era el tipo más común de crucero y su finalidad no era más que resaltar la religiosidad y la fe del lugar en que se encontraba y, en cierta forma, pretendía mantener alejado el mal de la población. La cruz de Calvario, como hito señalizador del camino con el que el cristianismo rememora la pasión de Jesús, corresponde con otro tipo de cruz ausente en Salamanca, aunque de una manera similar la cruz del parque de San Francisco sirvió desde antiguo para representar el acto del Descendimiento en la Semana Santa. La conmemoración de ciertos hechos o la señalización de un lugar religioso desaparecido son otras de las finalidades para el levantamiento de cruces. Como ejemplo de este último caso tenemos en Salamanca la cruz de San Cebrián, antiguamente colocada en la plaza de Carvajal para el recuerdo de la desaparecida iglesia de San Cebrián cuyos restos conocemos hoy como Cueva de Salamanca. Esta cruz, junto a otras, fue trasladada en 1832 al Cementerio que en aquel entonces estaba en construcción y según parece allí sigue. No se acaban con esto los propósitos de las cruces, según la profesora Rupérez Almajano en su libro “Urbanismo de Salamanca en el siglo XVIII” algunas de las cruces urbanas levantadas en Salamanca tuvieron fines higiénicos al impedir a los vecinos, apelando a su espíritu religioso, arrojar basuras en ciertos lugares, tal parece ser el caso del crucero levantado en la confluencia de las calles Sordolodo (hoy Meléndez) y Compañía o la cruz que se instaló junto a la desaparecida ermita del Cristo de la Estafeta (inmediaciones de la plaza de San Isidro, calle Francisco Vitoria).

La cruz del Río, de estilo renacentista, fue probablemente labrada a finales del siglo XV o principios del XVI (F. Araujo, “La Reina del Tormes”). Presenta hacia la ciudad la talla de un Cristo Crucificado y hacia el río la de la Virgen. Su finalidad bien pudo ser como cruz de término o humilladero pero creemos que existen muchas más posibilidades de que su verdadero propósito fuera el recordatorio del lugar en el que estuvo enclavada la desaparecida iglesia de San Gil. Esta parroquia, erigida en 1265, se menciona en el Fuero de Salamanca y otros documentos del siglo trece. Se cree que fue derribada a finales del siglo XIV, por orden del Concejo, junto a una serie de casas adosadas a la muralla que formaban parte de la calle llamada Rúa de San Gil, entre la puerta del Río y la puerta de San Pablo, con objeto de facilitar la defensa de la ciudad ante los conflictos bélicos que se vivían entonces con Portugal.

¡Este fue, que sepamos, el primer derribo de las casas de la muralla!
 C.H. fc 27/03/17 Rev. 00


Salamanca nevada 
Autor desconocido, 1952



Las imágenes de Salamanca con un abundante manto de nieve son poco frecuentes, pero en absoluto extrañas. Es el caso de esta fotografía que además de admiración por su belleza, provoca temor por la seguridad del anciano que, sin duda movido por alguna acuciante necesidad, se atreve a caminar sobre el deslizante suelo de la empinada cuesta de la Ribera del Puente. Eran otros tiempos que la memoria colectiva, sin necesidad de datos termográficos, acusa de ser más fríos que los actuales.

Tras el pretil de protección de la rampa, más allá del visible fuste de la Cruz del Río, enclavada en donde primero estuvo la iglesia de San Gil, y más allá del carromato con cántaras detenido en la calle del Rector Esperabé, se perciben los restos de un desestructurado, pero aún reconocible, barrio de Santiago desaparecido en 1978 cuando se creyó necesaria su eliminación para el mejor disfrute de la monumentalidad de la ciudad. Su derribo se llevó a cabo sin el menor respeto a la trama urbana tradicional del centenario arrabal; que probablemente hoy, después de un necesario acondicionamiento, se hubiera convertido en un atractivo turístico más y tal vez no el menos importante.
Perfectamente reconocible es el edificio, de estilo ecléctico, con fachada revocada, ventanas con recerco de ladrillo y pináculos en su cornisa, que fue construido a inicios del siglo XX para servir de fábrica de curtidos, en otros tiempos industria preeminente en la ciudad.
En 1956 fue redistribuido, según planos del arquitecto D. Francisco Gil, para servir como primer colegio en Salamanca de la Orden del los Clérigos Regulares Pobres de la Madre de Dios de las Escuelas Pías, más conocidos como Escolapios. Ese mismo otoño se puso en marcha el nuevo colegio Calasanz con 150 alumnos, la tercera parte de ellos gratuitos.
Actualmente el edificio continúa con funciones sociales y educativas como Casa Escuela Santiago Uno dentro de la misma Orden Religiosa y, junto al Museo de Automoción y el Casino del Tormes, ejemplariza lo que pudiera haber sido la reutilización de la vieja trama urbana del barrio de Santiago.
 C.H. fc 22/05/17 Rev. 00



Juegos de niños en el barrio de Santiago*
Fotografía de autor desconocido. N.A. Netherlands


No hay duda de que el lugar es uno de los más representativos y fotografiados de la ciudad, razón por la cual le hemos dedicado algunas entradas en esta página y sin duda dedicaremos más. Pero no hemos escogido esta escena por su singularidad urbanística o artística sino por ofrecer una encantadora estampa de juegos infantiles, circunstancia que se repitió desde tiempos inmemoriales en la mayoría de las calles de la ciudad. Hubo épocas en que la ausencia de lugares adecuados y seguros convirtió cualquier plaza, calle o solar abandonado en improvisado recinto de juego, lugares que los padres de hoy, y con razón, rechazarían horrorizados. Hoy parece que han desaparecido de las calles los gritos y las risas de los niños, su algarabía, sus cantos y sus lloros, sin embargo los niños siguen jugando y siempre lo harán.
El juego es una actividad necesaria para el niño que ayuda al aprendizaje y estimula el desarrollo intelectual, psicológico, sensorial, motriz y social. El juguete es un objeto que favorece el juego, ayudando a la recreación de situaciones que potencien su función. Esencialmente es un ensayo para la vida y favorece la inclusión del individuo en un determinado colectivo y aunque haya ciertos valores que permanecen constantes en toda sociedad humana hay aspectos que van cambiando bajo la influencia de recursos como la tecnología, la cultura, la economía, la política, etc. Y esto repercute en la evolución de los juegos que cambian, desaparecen y surgen nuevos.
Hubo tiempos, largos y todavía cercanos, de grandes carencias en los que los juegos eran simples y solo necesitaban la presencia de los niños y si acaso los juguetes eran gratuitos, bastaba una piedra, vistas o chapas, normalmente desechos inservibles, o muy baratos como las bolas, gomas, cuerdas o peonzas. La lista de juegos es extensa, juegos de corro, juegos de comba, juegos sentados, juegos de actividad física, como “la maya”, el “pati” o el “marro” y a veces inconscientemente peligrosos como las “dreas”. Además los juegos cambiaban con las estaciones según las condiciones climatológicas y el estado del suelo, sólo en tiempos de lluvia se jugaba al “clavo”.
Pero no todos los juegos “tradicionales” se han perdido, muchos aún se puede ver y oír en parques y patios de colegio y conviven con otros juegos más tecnológicos como corresponde al mundo en que tendrán que vivir los niños de hoy. Sirva esta imagen de homenaje a "la calle" que ejerció, a falta de lugares más adecuados, de salón de juegos infantiles y sirva de breve recuerdo de una multitud juegos perdidos a causa del imparable avance de los tiempos.

* Conocido también como arrabal de Curtidores o arrabal del Río (no arrabal del Puente o sencillamente el Arrabal al otro lado del puente romano)
 C.H. fc 17/07/17 Rev. 00



La plazuela del Puente, nudo de comunicaciones.
Fotografía de autor desconocido en la década de 1930

Las casas de la derecha en esta imagen, destartaladas y de evidente antigüedad, fueron pronto sustituidas por otras que, a su vez, desaparecieron en 1978 cuando se derribó casi por completo el barrio de Santiago. Las casas de la izquierda, en la calle de la Ribera del Puente, remozadas o emuladas, se conservan hoy evocando el aspecto de aquel barrio que fuera principalmente de curtidores.

La imagen, probablemente, fue captada por un turista anónimo en las primeras décadas del siglo XX cuando la fotografía llegó a ser asequible, técnica y económicamente, a las clases medias y, poco a poco, el turismo se convertía en algo habitual. El papel fotográfico que la soporta es un Gevaert Ridax con medidas de 6,8 × 11,3 cm, aunque en este caso son ligeramente inferiores al haber sido guillotinados los bordes dentados. Fue fabricado por la empresa belga Gevaert, fundada en 1894 y fusionada con Agfa en 1964, y, al parecer, comercializado entre 1930 y 1939 lo que nos proporciona un acercamiento a la fecha de su toma. Además, se aproxima en el tiempo y en el espacio, pero no en calidad, a una conocida fotografía de Cándido Ansede, publicada en 1928, con la mayor salvedad de que en nuestra imagen parecen efectuarse en ese momento obras de pavimentación y alcantarillado con un profundo descenso de las rasantes.

En los años treinta, la mejora de la carretera de Circunvalación para permitir un fácil rodeo de la ciudad siguiendo el exterior de la desaparecida muralla era la obra más necesaria en Salamanca desde el punto de vista viario, muy por delante del proyecto de apertura de la Gran Vía que siempre fue de dudosa utilidad. En 1935 se alcanzó este objetivo al urbanizarse, tras cederse al Ministerio de Obras Públicas, la travesía por la ciudad de la carretera de Salamanca a Fermoselle, más conocida como carretera de Ledesma. Esta comenzaría desde entonces en el puente Romano y para ello se efectuaron las correspondientes obras en el paseo de Carmelitas, San Vicente, Desengaño, San Gregorio y plaza del Puente.

Este último espacio, hoy desaparecido, se conformó como plazuela a mediados del siglo XIX cuando se derribaron algunas casas para dejar espacio al paso de carros y carruajes que la "nueva" carretera de Madrid (1843) traería al alcanzar la ciudad atravesando el río por el puente Romano, rompiendo radicalmente con el antiguo camino hacia Madrid que se iniciaba en la zona norte y evitaba el cruce del Tormes. Esta carretera formó parte de la carretera estatal de 1º orden de Villacastín a Vigo por Ávila, Salamanca, Zamora y Orense y su travesía por la ciudad tendría importantes consecuencias urbanísticas. En su primer trazado pasaba por la puerta de San Pablo hasta alcanzar la Plaza Mayor, que atravesaba para continuar camino hacia la puerta de Zamora. Más tarde, en 1860, el trazado se varió haciéndola discurrir por la carretera de Circunvalación que rodeaba la ciudad por el este (Canalejas, Alamedilla, Puerta Toro, Mirat). Por esta razón el paseo del rector Esperabé fue conocido como carretera de Villacastín a Vigo hasta que en 1907 se le dio su nombre actual. En esta denominación se incluía el actual Paseo de Canalejas que no fue así llamado hasta 1912 y, por supuesto, el Paseo del Espolón, topónimo hoy olvidado y que nombraba a la empinada cuesta que unía ambas vías (Cuesta de los Locos).Todavía hoy varias poblaciones por la que pasó esta carretera conservan para alguna de sus calles esta denominación toponímica.
 C.H. fc 09/05/19 Rev. 00