Otro Cristo del Perdón en la Iglesia de los Pp. Carmelitas Descalzos

 

 

Existe cierta confusión a propósito del denominado Cristo del Perdón pues se ha dicho antes que para don Alfonso Rodríguez G. de Ceballos1 es el que figura en el altar mayor de la iglesia. 

No es así para la comunidad de Padres Carmelitas, quienes veneran bajo tal advocación al Cristo que hoy se encuentra en el oratorio del Colegio carmelitano y que estuvo situado en la iglesia, en el primer altar del lado de la epístola, según se entra en el templo y que desapareció -junto con los otros cinco retablos laterales- al realizar la reforma auspiciada por el Concilio Vaticano II. 

Se trata de un Cristo expirante, parecido al célebre de la Agonía de los Padres Capuchinos, como hace notar Ramón Otero2 y que  pudiera ser obra de Juan Antonio Villabrille y Ron3, nacido en Argul, parroquia y concejo de Pesoz, en Asturias, discípulo de Pereira y maestro de Luis Salvador Carmona4. Del taller madrileño de este artista salieron quinientas imágenes, diseminadas hoy por diversos templos españoles. 

Sin embargo comparando esta imagen con las del Cristo del Desamparo de Escurial (Cáceres), con el de la iglesia de las Maravillas de Madrid o con el Cristo de la Cofradía de Gracia, también de Madrid (hoy desaparecido), no se ven demasiadas similitudes, en especial en la corona de espinas postiza, en los paños de pureza y en las tallas del pecho, bastante menos finas en estos últimos casos. Quizá sí existan en pómulos, cejas, barba serpentean­te y sobre todo en la nariz, de amplio tabique y en la boca un poco menos abierta. 

Presenta este Cristo, de tamaño menor que el natural, una encarnación oscura y brillante, expresión serena en el rostro con la oblicua mirada dirigida hacia lo alto a través de unos ojos suplicantes en el momento de la expiración, cabeza pequeña inclinada hacia la izquierda, de cabello ensortijado que cae en guedejas sobre los hombros, barba bien tallada de abundantes rizos que se bifurcan en dos puntas simétricas, nariz ancha y labios entreabiertos, corona de espinas grande y tallada con el típico sogueado de ramas retorcidas, pecho abombado por el esfuerzo, con la anatomía de las costillas poco visible y el abdomen retraído y escorado hacia la izquierda, brazos sensiblemente horizontales con antebrazos musculosos y tensos en actitud de vuelo, piernas musculosas bien dibujadas con las rodillas juntas y los pies muy  cruzados. Pocas huellas sanguinolentas en todo el cuerpo. 

Sudario grande, de tono parecido al cuerpo y muy pegado a él, pliegues poco airosos, lineales, que dejan en la parte derecha una moña y una caída grandes con poca gracia y en el centro muy ceñido a la pelvis y la zona izquierda plegaduras en varias direcciones poco graciosas y una caída no muy vertical. La cuerda que sirve de cinturón es doble y permite ver en su integridad el muslo derecho. 

La Cruz, de madera, es cilíndrica de las de tronco con gajos, dejando apreciar sus abundantes cortes lechosos en la corteza. Carece de cartela con la inscripción infamante que antes tuvo. Se ignora cuándo sufriría la mutilación del cabecero y del travesaño pues han quedado reducidí­simos ambos y conseguido que la imagen haya perdido la majestad que tenía mientras recibió culto en el altar de la iglesia. 

 


1.- Alfonso Rodríguez G. de Ceballos, Guía de Salamanca. León, 1989. Pg. 88.

2.- Ramón Otero, Enrique Valdivieso y Jesús Urrea, El barroco y el rococó. HISTORIA DEL ARTE HISPANICO. Tomo IV. Madrid, 1978. Pg. 195.

3.- José Luis Morales y Marín, Arte español del siglo XVIII. La escultura española del siglo XVIII. SUMMA ARTIS. Tomo XXVII. Madrid, 1984. Pg. 376.

4.- Juan Agustín Ceán Bermúdez, Diccionario histórico de los más ilustres profesores de las Bellas Artes en España. Madrid, 1800. Tomo IV. Pg. 249.



Por José María Hernández Pérez
06/03/2023 Rev. 00