La Pequeña Insignificancia de Fernando Rodríguez Cea




Hay tiempos difíciles de vivir.

Uno de ellos — los hubo antes, también después y otros están por llegar— comenzó en el último tercio del siglo XIX y llegó ocasionado, como es natural, por múltiples razones: la gran crisis agraria, la irrupción de los sistemas capitalistas en una España atrasada, las guerras coloniales, las crisis políticas y sociales,...

Pocos empleos permitían vivir decentemente, lo que explica que a finales del siglo XIX hubiera abogados o periodistas que ejercían como funcionarios para sobrevivir, médicos pluriempleados dedicados al comercio para poder mantener a su familia o profesores mendigando en su vejez. Y aún era mucho peor la situación de los artesanos, obreros manuales y peones. 

Eran tiempos sin Seguridad Social y sin ayudas estatales, cuando la familia mantenía a duras penas a sus ancianos y enfermos, y si se carecía de ella se estaba abocado a morir en la miseria. Tiempos en los que la caridad no alcanzaba a equilibrar el fiel de la justicia social.

Los artistas no fueron excepción, a menos, claro está, que fueran de familia rica o que un adinerado mecenas se encargara de su mantenimiento. Fernando Rodríguez Cea, sobre todo pintor, pero también músico y poeta a “ratos”, tampoco fue la excepción. No alcanzó el éxito ni como pintor ni como músico y tras más de 50 años como profesor de dibujo y una medalla al mérito en el trabajo, murió, sin familia, prácticamente en la miseria y mantenido por la caridad de amigos e instituciones.

    

Fernando Rodríguez Cea 
 El Adelanto 20-10-1927

Para complicar más la situación de los artistas, desde mediados del siglo XIX el arte pictórico cambiaba rápidamente. Del realismo tradicional se pasaba a otras tendencias artísticas como el impresionismo, post impresionismo, neo impresionismo, art nouveau,.. Dejando, poco a poco, a la fotografía la representación fidedigna de la figura y la naturaleza. Miles de empleos relacionados con la pintura como miniaturistas o retratistas quedaron amenazados con la nueva técnica.

El Arte se adaptaba muy deprisa. Para un artista novel de Salamanca era preciso, entonces más que nunca, salir de esta ciudad provinciana para captar la esencia de esas nuevas tendencias; era preciso marchar a las grandes ciudades cosmopolitas como París o Roma; y si no era posible, bien valía Madrid.

La revista del Círculo Agrícola Salmantino del 7 de agosto de 1880 se preguntaba a través de un artículo firmado por “Amateur”, dónde hubiera podido llegar Fernando Rodríguez Cea de haber contado con recursos para sostenerse en Madrid. Ciudad de donde tuvo que regresar después de haber pasado hambre y sed en la buena compañía de Tomás Bretón.

Su estancia en Madrid la corrobora José Crespo Salazar en un artículo biográfico publicado en 1927 en el diario El Adelanto e igualmente confirma su relación con Tomás Bretón. Pero, sobre esta estancia madrileña, nada cuentan José Ramón Nieto González y María Teresa Paliza Monduate en su trabajo conjunto sobre La Escuela de Nobles y Bellas Artes de San Eloy de Salamanca promovido por Caja Duero en 2007.

Este trabajo deja claro que nació el 4 de junio de 1847. Su padre, Benito Rodríguez Temprano, era músico y sacristán organista de la parroquia de san Benito en cuya inmediata plaza vivía. Fue bautizado dos días después con el nombre de Fernando Francisco Norberto. 

Se explica también que estudió, entre 1860 y 1866 con el profesor Isidoro Celaya, en la Escuela de San Eloy, en aquel entonces situada en el Palacio Monterrey, con excelentes calificaciones desmintiendo al señor Crespo Salazar que afirmaba que fue un muchacho travieso y un mal estudiante.

Durante esos mismos años, Tomás Bretón inició su aprendizaje musical en la misma escuela, donde no tardó en despuntar. Era usual que los alumnos de últimos cursos formarán grupos de instrumentos para realizar actuaciones en teatros, iglesias o en bailes, obteniendo así algunos ingresos para ellos y la escuela. Fernando, encargado de la viola, y Tomás, del violín, participaron en esos grupos y forjaron una relación que se mantuvo a lo largo de su vida.

Bretón marchó a Madrid el 17 de septiembre de 1865 buscando hacerse una carrera como intérprete de violín y sus primeros años no fueron fáciles. Seguramente, Fernando Rodríguez Cea siguió el mismo camino y vivió el ambiente bohemio del Madrid galdosiano sin que sepamos con seguridad si pretendió forjarse una carrera como músico o como pintor. En lo que no tenemos dudas es que en Madrid tuvo menos fortuna que su compañero Tomás Bretón. 


Si marchó, regresó; y en los años setenta le encontramos afincado en Salamanca, probablemente alternando las dos ocupaciones, músico y pintor. Participó en las exposiciones provinciales de 1872 y 1873 y en 1879 realizó los cuadros que lucieron en el salón del café de las Cuatro Estaciones abierto por los señores Ansede, de los que no queda rastro como de casi toda su obra pictórica. 

Políticamente fue republicano y demócrata activo durante toda su larga vida, pero sin pertenencia, que sepamos, a ningún partido político. Vivió hasta el final de sus días hechos trascendentales: La Gloriosa, la I República, la Restauración Borbónica, el Turnismo, la dictadura de Primo de Rivera y la II República.

En 1880 solicitó la plaza vacante de profesor de dibujo y adorno en la escuela de San Eloy, siéndole concedida de manera interina hasta el 1 de agosto de 1881 cuando, dado los buenos resultados obtenidos, fue nombrado oficialmente.

Sin perder el ritmo de las clases de dibujo, continuó participando en grupos musicales como el sexteto formado por los señores Aparicio, Pascua, Rodríguez Cea, Mezquita y Rodríguez que actuó bajo la dirección del maestro Felipe Espino en el Teatro Liceo en 1886 o en el cuarteto de los señores Barrado, Rodríguez, Rodríguez Cea y Pascua que amenizaba las veladas del café de las Cuatro Estaciones.


Santa Cecilia de Fernando
 Rodríguez Cea (Caja Duero)

    

Alfonso XIII por Fernando Rodríguez Cea
(Universidad de Salamanca)

El martes 22 noviembre de 1887, como cada año, se celebró en la iglesia de San Martín una suntuosa fiesta en honor de Santa Cecilia, patrona de los músicos, en la que una orquesta dirigida por el Maestro de capilla de la Catedral interpretó la misa de Saverio Mercadante y en la que también intervino la banda del regimiento de Toledo, para la ocasión Fernando Rodríguez Cea realizó un lienzo sobre la Santa que fue colocado en el altar mayor. Sabemos por Nieto González y Paliza Monduate que dicho lienzo fue adquirido por la escuela de San Eloy y permaneció en la clase de dibujo de figura y adorno durante mucho tiempo, ya que aparece en una fotografía de Almaraz publicada en un reportaje sobre el centro en 1932, hasta que pasó a propiedad de la Caja de Ahorros de Salamanca.

Clase de dibujo de figura y adorno. El Adelanto 10-01-1932, foto Almaraz


Miles de alumnos y alumnas pasaron por sus clases de dibujo y fueron muchos los grupos musicales en los que participó, al menos hasta 1925; dúos, tríos, cuartetos…en el Liceo, en el Casino de la Perla, en el del Suizo….

Para completar sus estrechos ingresos cultivó su faceta de retratista y he aquí algunos de los retratos que la prensa anunció su existencia: en 1891 ofreció al Ayuntamiento un retrato pintado al óleo de su Majestad el Rey, Alfonso XIII, y la reina regente; en 1908 un retrato de Martín Redondo, agente de negocios, que fue expuesto, como promoción, en el café Castilla; en 1913 de don Venancio Rodríguez y señora; en 1916 expuso en varios comercios de la Plaza Mayor mostrando retratos de personas conocidas pero no especialmente ricas, tratando de llamar la atención sobre la posibilidad de adquirir un retrato pintado al óleo a un precio asequible; el señor José Crespo Salazar y el señor Jarrín fueron retratados en 1925 y por último el retrato de Alfonso XIII de 1928 que posee la Universidad. En 1928 la Universidad abona a Rodríguez Cea 1.000 pesetas por el retrato del rector Salvador Cuesta Martín, realizado entre 1914/1918, obra desaparecida.

Su amigo, el malogrado abogado y catedrático de Derecho José Crespo Salazar (1888-1930), escribió en 1927 el artículo antes mencionado que reproducimos a continuación y que refleja la personalidad de Rodríguez Cea desde la perspectiva íntima de la amistad:


Don Fernando Rodríguez Cea. 


Este don Fernando— a quien tengo el gusto de presentarte, lector amigo—, es un viejo «la mar» de simpático. De muy larga data me honro con su amistad y siento por él un sincero e inquebrantable afecto. 

Don Fernando es un ochentón y, sin embargo, aunque en su aspecto exterior revela al hombre maduro, parece que no le han roído los años. Con Fernández Robles, el sastre Torijano y Manuel Rodríguez, forma el venerable cuarteto de los salmantinos veteranos.

Pero, ¡cuidado!: que estos viejos, y quizá la mayoría de los viejos actuales, son, sin duda, más jóvenes de espíritu, y tienen más arranques, y más fe, y más sentido romántico y heroico de la vida, que la mayoría de los mozos de hoy; desde luego más que todos esos niños «peras», «trincheras», «tijerillas» y aficionados al «cold cream». 

Y don Fernando, como todos los viejos, sabe más por viejo que por diablo. Sabrá «menos» que un erudito, pero lo que sabe lo sabe «mejor» que el erudito. Algo parecido acontece en la mujer, que sabe «menos», por regla general, que el hombre, pero lo «poco» que sabe lo sabe mejor que el hombre. 

A don Femando no le inquietan los problemas lógicos, sino las cuestiones vitales y las resoluciones pragmáticas. Es un buen gastrónomo: come bien y opera bien, porque no es dispéptico; epicurista a ratos, es el hombre sano, cuya excelente salud se manifiesta en la risa franca y sin criterio. 

   

José Crespo Salazar
(1888-1930) uc3m

Pocas veces ríe intelectualmente. Su risa es dionisíaca, de júbilo vendimiario. Es fuerte porque conoce el valor de la vida y da a ésta lo suyo, mascando con delectación de buen catador el minuto agradable que pasa. Todo lo valora y pondera con su relativismo senil, rico de experiencia. No en balde está de vuelta en la vida. 

Le podréis ver, aún en las noches crudas del invierno, discurrir por las callejas solitarias de la ciudad, con el cigarro de cinco céntimos entre los dientes, en busca de trasgos y fantasmas, gozando estéticamente a la luz de la helada, del espectáculo de nuestras piedras viejas, que viven asociadas a sus recuerdos de infancia y mocedad, siempre a flor de memoria. 

Este don Fernando, creo, fue un muchacho travieso y un mal estudiante. En aquel entonces dominaba en la enseñanza mucha disciplina y muy poca maestría, lo que se avenía mal con su carácter. Lo cierto es que terminó «ahorcando los libros», trasladándose después a Madrid, donde formó parte de un «cenáculo» romántico integrado por notables artistas y escritores, entre ellos el inolvidable Bretón, con quien mantuvo relación fraternal durante toda la vida. ¡Cuántas veces no fue pignorada la corona de plata que, en homenaje al joven maestro, tributaran ya unos admiradores! 

Eran los tiempos difíciles, de lucha incruenta por el pan y el nombre, coincidentes con la vida bohemia y romántica del período «wertheriano», en que las lecturas de Larra alternaban con los versos de Espronceda, los de Zorrilla con los del Duque de Rivas, y las turbulencias universitarias corrían parejas a las alternativas, políticas de moderados y progresistas. 

¡Cuántas anécdotas no he oído referir a don Fernando! ¿Y de Salamanca? Muchas horas le he oído embelesado contarme recuerdos del tiempo viejo irreversible. 

Don Fernando es un documento vivo para reconstruir en gran parte la Historia de Salamanca, de la Salamanca de la Gloriosa, del robo a la Corneja, del Cantón, la República, de Villar y Macías, Sánchez Ruano, Mario Maldonado, Gil Sánz, Pinilla, Madrazo, Benitas, Cáceres, Arés, Llevot, Conde de Francos, Ibáñez...; del viaje de Alfonso XII y la inauguración de la línea de M. S.; de las corridas de toros en nuestra Plaza Mayor, el típico encierro y el abanico de gente que se abría al entrar el ganado; del Salamanquino, el Tato, Cayetano; y el Chiclanero; hasta del crimen del Cachirulo y la Moscovia, y de Montero, a quien dieron garrote... 

Don Fernando, no sólo ha vivido su vida. Es también un excelente artista: pintor, músico y poeta. 

Cómo pintor, ha compuesto más de cien retratos al óleo; algunos, entre ellos, el del autor de estas líneas, estupendos dé fidelidad, verismo y alta factura técnica en dibujo y color. Pero don Fernando ha sufrido también la tragedia del artista incomprendido, mermado en honra y provecho por la tacañería rural, sin el estímulo de un Mecenas o protector que le hubiera permitido dejar de ser un forzado del pincel. 

El tiempo se encargará de hacerle justicia. Hace cincuenta y cuatro años que es profesor de dibujo de figura en la Escuela de San Floy, cargo que obtuvo mediante oposición, y en su largo magisterio han desfilado por su clase centenares de alumnos. 

Como músico, ejecuta en la viola y el violín, y algo en el piano. Es un músico «nato» o «per se», «loco» en su admiración por Beethoven, «habitual» por profesión, «pasional» por temperamento, y «por ocasión» ante los amigos.

Y, por fin, como poeta, el estro humorístico de don Fernando, lo mismo hace unos versos en «elogio del chorizo», que compone unas estrofas dedicadas a una guapa mujer. . . 

Se me olvidaba: Don Fernando es solterón. Por lo tanto, es también filósofo. 

Este es mi don Fernando, el viejecito de ojos glaucos o lechucinos, que, cuando se enfada, se parece a un gato que bebe vinagre; que es algo huraño, y que cuando sonríe, regodeándose con el recuerdo de alguna aventurilla amorosa de juventud, adopta la sonrisa del conejo a la puerta de la hura. 

Y como se trata de un viejecito; y la tragedia de los pobres viejos es morirse de frío, tanto de frío exterior o físico, como de frío moral o interno, he aquí por qué yo escribo estos renglones; alentado, quizá por la vana pero noble pretensión, de llevar a su alma helada un poquito de lumbre cordial y confortadora. Y ofrendarle gustoso este pequeño tributo de respeto a sus canas y a su obra de artista, y de simpatía al hombre y de fidelidad al amigo. 

Porque eso es don Fernando: Un hombre. 


JOSE CRESPO SALAZAR 

Salamanca 27-X-1927


En 1929, la Junta de gobierno de la Escuela de San Eloy no pudo ya contar con D. Fernando, rondaba los 80 años y la vejez le había provocado sobre todo problemas en la vista. En noviembre se anunció la convocatoria de un concurso para cubrir su plaza. 1929-1930 sería el último año académico de Rodríguez Cea como profesor, le sustituiría José Álvarez Lozano.

Fernando Iscar, miembro de la Junta de gobierno, propuso a la misma la solicitud de la medalla del trabajo para el profesor, que lo había sido de la institución durante 50 años. Con el apoyo del Ayuntamiento de Salamanca, la Diputación Provincial y la Caja de Ahorros y la Caja de Previsión, el departamento de trabajo aprobó en julio de 1930 la concesión de la medalla solicitada para D. Fernando Rodríguez Cea en el expediente instruido por la Escuela de Nobles y Bellas Artes de San Eloy.

Llegaban tiempos de reconocimiento para un hombre que había sabido conseguir el respeto y la admiración de cuantos le conocían, poniendo siempre toda su voluntad y su saber en bien de todos y en especial de sus discípulos. Casi ciego, pasaba a la situación de jubilado aunque la escuela le mantendría su sueldo íntegro, 80 pesetas, que se reconoce indecoroso e insuficiente para vivir.

El domingo 5 de octubre de 1930, en el propio acto de inauguración del curso de la escuela de San Eloy, se celebró el acto de entrega de la medalla. Unas cuartillas con su discurso fueron leídas por Celso Sánchez Sánchez:


Perplejo, anonadado me encuentro al pensar que el objeto que motiva este acto tan honroso e inmerecido para mí, me obliga a dirigiros la palabra por tan señalado favor. 

Mi cerebro va atrofiando y las ideas parecen que se burlan de mí, pues no acuden a mi mente cuando más falta me hacen. 

Creo que no encontraría palabras adecuadas para expresar mi pensamiento, y podría resultar de un acto serio, un jocoso o burlesco sainete. 

En primer término, dar las gracias al Altísimo, por haberme dado larga vida, buena salud y buen humor; pues aunque el dinero casi siempre ha estado reñido con mi bolsillo, he tenido conformidad para sobrellevar mi pobreza, resignándome con mi suerte.

Efusivas gracias a la Junta de gobierno de San Eloy, y en particular a mi amigo y tocayo don Fernando Iscar, a quien se le ocurrió la idea al enterarse de mi larga carrera profesional, que podía merecer la Medalla del Trabajo, y tanto interés han tomado en ello, que lograron lo que se proponían. 

Loor a la Escuela de San Eloy, madre cariñosa que da instrucción a sus hijos y mucho cariño que es lo que puede dar, pues bienes de fortuna no tiene, y aunque su abolengo es nobilísimo, porque el gremio de artífices plateros que la fundaron — aquellos famosísimos artistas que con sus obras y sus filigranas admiraron a las gentes — obtuvieron una pragmática del rey Carlos III, pues, a pesar de eso, la escuela es pobre, porque los que pudieron y pueden, ni se acordaron ni se acuerdan de ella. 

Un recuerdo de gratitud y agradecimiento al que fue amigo de todos, don Jesús Sánchez y Sánchez (q. e. p. d.) y que siendo regente de la Escuela y Senador del Reino, pudo conseguir una subvención para ésta, que algo ha mejorado su situación, que aún dura y sin ella, quizás, la escuela no existiría. 

¡Salmantinos! No permitáis que tan venerada institución desaparezca. 

Otro recuerdo al que fue íntimo amigo mío el malogrado don José Crespo Salazar, que fue el primero que dio a conocer mi pequeña insignificancia, en aquel genial artículo que publicó el popular periódico EL ADELANTO y que muchos de vosotros aún recordaréis. 

Aquel querido amigo con quien tan buenos ratos pasamos en las noches plácidas parodiando a las aves nocturnas en nuestro recorrido por las calles de la monumental Salamanca, donde cada piedra es una belleza artística, que nos habla de tiempos pasados, hechos y costumbres, las cuales recordaba en mis conversaciones que tanto le placían. 

Otro recuerdo al más que amigo, hermano Tomás Bretón, aquél muchacho tan animoso, que empezó el solfeo con aquel tan calmoso profesor don Ciriaco Prieto del que recuerdo le decía: 

— No... enredes... Bretón. Que te... doy... un... bofetón... 

Ese hijo predilecto de la escuela que tanta honra le da a Salamanca y a España entera. 

¡Salmantinos! Ofrecerle un monumento digno de su memoria, pues aunque uno tiene, merced al gran interés tomado por nuestro buen amigo don José Sánchez Gómez "El Timbalero", que organizó una suscripción popular que resultó bastante modesta, y dos conciertos que dimos los músicos de aquella época, cuya total recaudación ascendió a seis mil pesetas, con lo que se hizo esa especie de sarcófago, más digno de figurar en un cementerio que en una plaza pública, como homenaje a una gloria nacional, que eso es Tomás Bretón.

¿No hubiera sido más duradero, más seguro y más económico haber colocado su busto en uno de esos medallones de la Plaza Mayor que siglos hace están esperando que los utilicen? 

Que iniciativa tan hermosa sería, que tantos salmantinos y españoles que lo merecen fueran llenándolos. ¿Por qué no imitar a los antiguos que en ellos colocaron a algunos reyes y esforzados caballeros de su época, cuyas hazañas y conquistas tanta gloria dieron a España? ¿Es que hoy no hay quien merezca estar en ellos? ¿Es que no hay artistas que lo puedan esculpir tan bien, o mejor que los antiguos? Ahora que la plaza tanto la han hermoseado, podría quedar completamente concluida.

Otro recuerdo a mi primer profesor don Isidoro Celaya que fue el primero que me enseñó los principios del dibujo y que ahora me halaga tanto cuando pienso que donde fui un modestísimo alumno soy hoy profesor, plaza ganada por oposición y merced a sus enseñanzas y que aún hoy desempeño. 

Hoy la tierra y los cielos me sonríen, hoy es día de dicha para mí; pero como no hay dicha completa, pues me asalta la idea, de que los últimos días de mi vida se apaguen en el retiro solitario de un benéfico Asilo. 

Y a vosotros amigos y paisanos que con vuestra presencia me honráis y dais brillantez a este simpático acto, ¿qué os daré?..

Lo que, yo para mí deseo, paz en la tierra y gloria en las alturas. 


FERNANDO RODRÍGUEZ CEA 

Salamanca 05-X-1930


D. Fernando Rodríguez Cea falleció el 11 de abril de 1936 sin conocer el triste destino que le esperaba a España. En sus últimos años pudo mantener una apacible vida social, su café, su puro y el Novelty.

Fue el periodista José Sánchez Gómez quien despidió de manera soberbia a su viejo profesor con este tierno panegírico publicado el 12 de abril de 1936:


Don Fernando era el más caracterizado personaje noctámbulo de la ciudad. Con la pesada carga de sus noventa años a cuestas, todas las noches, indefectiblemente, don Femando y su puro, aparecía en el café, que era el último en abandonar. Luego, el popular viejo, montón de recuerdos de varias épocas, se echaba a andar bajo los arcos de la Plaza hasta que apuntaba el alba, y se recogía plácidamente en su rinconcito hogareño. 

José Sánchez Gómez,
"Un Reporter" "El Timbalero"

    

Don Fernando murió ayer. De su vida de café y de noctámbulo, pasó a la otra vida eterna, calladamente, arropado con su entereza y su resignación, y acaso, todavía, con ansia de vivir tan intensamente como había vivido sus mejores años. 

Pintor, músico, medio poeta y medio bohemio; compañero de Bretón en sus andanzas de concertistas por Madrid, don Fernando sabía de la gloría y del fracaso, que siempre llevó con una generosa ironía y un buen talante. 

Fue, en su madurez, un hombre hosco, un profesor de dibujo a quien los pequeños alumnos teníamos pavor, Yo fui su alumno, un alumno a los siete u ocho años, que jamás logró dibujar un ojo, sino un besugo, con toda la perfección, según juicio cabal de don Fernando. 

Se pasó la vida en la Escuela de Bellas Artes de San Eloy, y realizó su obra, una obra modesta, de cierto empaque y cierta visualidad.

El retrato al óleo fue su fuerte. Más de cincuenta años de labor, premiada con la Medalla del Trabajo, en merecido homenaje. Cincuenta años de profesor y otros tantos formando en las orquestas de los teatros. Toda la zarzuela española, desde la ópera al género chico, la conoció don Fernando, y su viola, segura y sobria, sin audacias ni garliborleos fuera de pentagrama. Y su memoria feliz, le hacía cantar centenares de partituras o recitar los más sonoros versos de nuestro teatro viejo, aquél con el que electrizaban al público Calvo y Vico. 

A compás de los tiempos marchó don Fernando: sus ídolos Bretón y Barbieri, Calvo y Vico, Gayarre y la Patti, Lagartijo y Frascuelo, Pi y Margal y Zorrilla, quedaron bien guardados en su archivo viviente, del que a veces sacaba anécdotas y páginas interesantes. Se amoldó después, a los tiempos nuevos, y encontró en ellos también sus ídolos. Republicano de siempre, conoció la República del 73; fue protagonista de su proclamación, y espectador emocionado de la de 1931. Hombre popular, solitario siempre, solterón empedernido e impertérrito, gustador de la libertad, individualista como buen liberal, jamás se sujetó a ninguna disciplina, ni se metió a llevar la carga de una familia, ni se amoldó a una vida ordinaria... Tenía su filosofía y su concepto de la vida, que por cierto debieron de ser tan admirables, que le permitieron vivir noventa años. 

¡Pobre don Fernando! Su figura española y castiza, ya enjuta y casi apagada, se dejó de ver para siempre en el rincóncito de Novelty, con su café en la mesa, su puro en la boca, y aquella noble satisfacción de vivir tranquilo y libre, afán de toda su existencia. 


UN REPORTER

José Sánchez Gómez

El Adelanto  12 de abril de 1936



Decida el paciente lector si la vida de Fernando Rodríguez Cea fue, o no, una pequeña insignificancia.



César Hernández R.
03/01/2021 Rev. 01(21/06/21)
Salmantinos olvidados II







Fuentes:

José Ramon Nieto González, María Teresa Paliza Monduate. La Escuela de Nobles y Bellas Artes de San Eloy de Salamanca. Caja Duero-Ediciones Tempora, 2007.

Varios autores. Loci et imagines imágenes y lugares. 800 AÑOS DE PATRIMONIO DE LA UNIVERSIDAD DE SALAMANCA. Catalogo de la exposición. Ediciones Universidad de Salamanca, 2013.

Prensa histórica