Paseo del Desengaño


Más que calle, si existió en tiempos lejanos, fue sendero que circundaba la Peña del Hierro (Cerro de San Vicente). Cerro que desde tiempos inmemoriales coronó el convento benedictino de San Vicente ignorante de que ocultaba bajo él los restos de los primeros pobladores de la ciudad. 
Aquellos pobladores acaso aprovecharon las vetas de hierro, delatadas por los colores rojizos de sus minerales, que dieron nombre al cerro y que González Dávila consideraba, de haber sido labradas, tan ricas como las de Vizcaya. También Bernardo Dorado las supuso abundantes y que, explotadas por los romanos, se fundieron sus metales en los alrededores dando el nombre de Prado Rico a las laderas suaves situadas al este (Hospital Clínico). 
Si no por su hierro, la peña si fue horadada como cantera de piedra y arena hasta bien entrado el siglo XX lo que propició la formación de cuevas que sirvieron de refugio a gente menesterosa y a menudo proscrita, lo que no dio buena fama al lugar. Muchas, o todas, tuvieron que ser cegadas. 

En 1711 se construyó una puentecilla, junto a la iglesia de San Lorenzo, para salvar el curso del albañal de los Milagros, arroyo que había desgastado el terreno durante eones para conformar los cerros de San Vicente y Peña Celestina y la vaguada entre ellos, y permitir la circulación de carros entre la puerta del Río y la puerta Falsa de la muralla estableciendo un camino entre ambas. La puentecilla llamada, con gran originalidad, de San Lorenzo fue el arranque de lo que en años posteriores se nombró como Paseo Nuevo (hoy paseo de San Vicente y Desengaño) y que reveló la necesidad de construir un espolón que protegiera de los desprendimientos de tierra y que permitiera ampliar el empinado camino. La aspiración de los corregidores ilustrados de construir un paseo de Ronda que bordeara exteriormente la muralla chocó en este punto con grandes dificultades dada su orografía, las avenidas del Tormes y la extracción y el robo de materiales por parte de "buenos" ciudadanos. Además, el paseo resultó muy perjudicado en la Guerra de la Independencia por la construcción de las defensas francesas en el cerro de San Vicente. En numerosas ocasiones durante el siglo XIX tuvieron que ser reparados los muros del espolón y de la vieja muralla (la cerca nueva) que arropó este empinado tramo, fue rebajada la pendiente mediante la acumulación de escombros y realizadas plantaciones de chopos para evitar el corrimiento de tierras por las avenidas de agua sin encontrar una solución estable hasta finales de ese mismo siglo. La puentecilla, en el proceso, hubo de ser elevada y ensanchada para adaptarse a los nuevos niveles del terreno y al aumento de tráfico, transformándose en puente que fue más conocido como puente de los Milagros y permaneció en el lugar, sirviendo también como lugar de despedida de los duelos funerarios de los fallecidos en el barrio de Santiago y Arrabal del Puente en su camino al cementerio, hasta el soterramiento final del albañal de los Milagros (alcantarilla colectora o colector de los Milagros) realizado a finales de la década de 1920. 
En 1935, tras cederse al Ministerio de Obras Públicas la travesía por la ciudad de la carretera de Salamanca a Fermoselle, más conocida como carretera de Ledesma, se procedió a la urbanización de su recorrido que comenzaría desde entonces en el puente Romano y para ello se efectuaron las correspondientes obras en el paseo de Carmelitas, San Vicente, Desengaño, San Gregorio y plaza del Puente.

Otro gran cambio en la zona se produjo en 1973, con las obras de pavimentación del paseo de San Vicente y Desengaño. La obra resultó necesaria no solo para dar acceso al nuevo Hospital Clínico Universitario en construcción, comenzado en octubre de 1970 y terminado en 1975 con una apertura escalonada por secciones, si no para desarrollar la Ronda de Circulación Sur prevista en el Plan de Red Arterial de la Ciudad para la que se había realizado un gran número de expropiaciones de casas y terrenos. El puente de Salas Bajas, o de Sánchez Fabrés (dedicado a D. Manuel Sánchez Fabrés ingeniero de caminos fallecido en ese año y que había realizado grandes esfuerzos para su consecución) que había comenzado construirse en 1968 fue definitivamente abierto el 19 de noviembre de 1973. Para entonces, habían iniciado las expropiaciones para el desarrollo de la Vía-Parque Vaguada de la Palma que preveía el Plan de Plan Parcial de Ordenación del Recinto Universitario de 1965 que pretendía la renovación de esta zona deprimida para retornarla al uso universitario y que no se culminaría hasta la aprobación del Proyecto de urbanización de la Vaguada de la Palma redactado en 1986, modificado con posterioridad y aplicado a partir de finales de 1990. 
Mientras se elaboraba el ansiado proyecto se construyó, entre 1984 y 1986, el I.E.S. Vaguada de la Palma en una ubicación muy poco apropiada, obtruyendo, aunque sea solo visualmente, la salida natural de la vaguada.
En 1987 las obras de pavimentación y canalización de la ronda entrepuentes descubrieron en la confluencia del paseo del Desengaño y la calle de San Gregorio un pozo de nieve que tras su estudio por parte del Servicio Arqueológico de la Junta de Castilla y León volvió a ser ocultado.

Sabemos que recibió el nombre de calle del Desengaño, al menos, desde mediados del siglo XIX. El nombre es incierto y no creemos, por muy romántico que resulte, que tenga nada que ver con los suicidas que afrontaban sus desengaños amorosos arrojándose desde lo alto del cerro de San Vicente porque este siempre resultó de difícil acceso y los desesperados, por amor u otras causas, prefirieron despacharse lanzándose al vacío desde la mucho más accesible y vertical Peña Celestina para caer en la calle de San Gregorio. Tampoco creemos que esté relacionado con algún hecho histórico, como se ha especulado, vinculado con algún éxito o derrota guerrera y aunque esta zona podría estar relacionada con el fuerte que los franceses construyeron en el viejo convento de San Vicente durante Guerra de la Independencia nos es difícil encontrar desengaños en su peripecia.
Muchas son las calles con este nombre en España y muchas las que disponen de una leyenda, más o menos creíble, relacionada con un desengaño notorio, no siempre amoroso, ocurrido en ella. Es factible que realmente su nombre provenga de alguna desilusión, engaño, equivocación o similar ocurrida en la calle o zona de la que lamentablemente se han perdido noticias. Tampoco sería extraño que su nombre derive de cierta guasa de sus pobladores al compararla con otras calles, fundamentalmente de Madrid. Ejemplos de este tipo tenemos en Salamanca en Delicias o Prosperidad y en otras desaparecidas como La Bombilla o en esta misma zona ya que descendiendo el paseo del Desengaño girando a la izquierda junto al albañal de los Milagros hubo una calle que en el siglo XIX se denominaba de Embajadores ¡muy apropiado!


© C.H. blg 20/08/19 Rev. 00



Para saber más:
La Universidad de Salamanca de la posguerra a la actualidad. Sara Cañizal Sardón. Universidad de Salamanca 2009
Desarrollo urbanístico de Salamanca en el siglo XX: planes y proyectos en la organización de la ciudad. David Senabre López. Salamanca, 2002: Consejería de Fomento.
Urbanismo de Salamanca en el Siglo XIX. Enrique García Catalán. Ediciones Universidad de Salamanca. Colección Vitor, 2015
Urbanismo de Salamanca en el siglo XVIII. María Nieves Rupérez Almajano. Colegio Oficial de Arquitectos de León, 1992.



Paseo del Desengaño en el plano de 1864 de Francisco
 García San Pedro y en Google Maps en 2019















Edificio (¿Tenería?) en la esquina entre el paseo del Desengaño 
y calle de la Palma
Amalio Gombau, mediados del siglo XX.



No quise pagar el precio que el vendedor pedía por esta fotografía. Aunque no tenía dudas sobre el autor ni la ciudad, si las tenía sobre el lugar fotografiado. Su pequeño campo visual y la falta de detalles conocidos me hacían temer que no fueramos capaces de descubrir su ubicación, ni de datarla. Para estimular la venta, el vendedor se comprometió devolverme su valor si lograba la localización. Preferí sin embargo negociar a la baja, sobre seguro, y comprar una foto que podría no decirnos nunca nada.

Dejando de lado su valor artístico, poco interés tiene una fotografía de un paraje, calle o ciudad desconocida e indocumentada, tan poco como el retrato de alguien no identificado ante el cual generalmente nos mostramos indiferentes. Necesitamos identificar para valorar, para admirar o para sorprendernos, o, tal vez, para todo lo contrario.
Afortunadamente con la ayuda de viejas fotografías de D. Guzmán Gombau pudimos ubicar la fotografía al final de la calle de la Palma, frente al edificio de curtidos que D. Gregorio Diego Curto tuvo bajo la Peña Celestina y que fue derribado a finales del siglo XX dejando al descubierto los pocos restos del Alcázar que allí hubo. La edificación de la imagen formaba parte de un conjunto de construcciones situadas en el Paseo del Desengaño, bajo el cerro de San Vicente, cuya actividad se dedicó casi en exclusiva a la industria del cuero, aunque no hemos podido confirmar que este edificio fuese una tenería (aunque los planos realizados durante la II República la marcan como "fábrica de curtidos"). Hoy sobre el lugar que ocupó, muy próximo al instituto de la Vaguada de la Palma, y dentro de una vitrina de metacrilato se encuentran los restos de la iglesia de San Lorenzo, encontrados muy por debajo del actual nivel de la calzada debido a las continuas acumulaciones de tierras y escombros con objeto de nivelar un terreno que siempre fue de difícil acceso. La iglesia desapareció en el siglo XIX y dejó su nombre a la cercana puerta de la muralla medieval de la ciudad, que también recibió el nombre de puerta de los Milagros por el arroyo o esgueva que discurría por el valle que formaba los cerros de la Catedral y de San Vicente y que hasta su total soterramiento en 1929 (colector de los Milagros) constituyó una bochornosa alberca, por donde discurrían al descubierto la aguas residuales de la mitad de la ciudad. 
Desde tiempos inmemoriales las tenerías o curtidurías se ubicaron, por estar consideradas actividades insalubres, en lugares apartados del centro y de abundante suministro de agua necesaria para la trasformación de las pieles de los animales en cuero. La industria del curtido siempre tuvo gran importancia en Salamanca por ser zona eminentemente ganadera. Tradicionalmente se instaló fuera de la muralla, en el arrabal, hoy desaparecido, de Santiago. Fundamentalmente a partir del puente romano, aguas abajo, que por tal motivo recibió el nombre de Ribera de Curtidores. Todavía en los años treinta del siglo XX se contaban más de 15 fábricas de curtidos en Salamanca, pero era un sector en clara regresión debido a que el principal producto fabricado, la suela de zapato, estaba siendo sustituido en la industria del calzado por suelas de goma. En el momento en que se tomó esta imagen el edificio ya parecía abandonado, quizás cuando averigüemos su uso y propietarios esta imagen nos podrá contar su historia y, tal vez, el porqué D. Amalio la fotografió. Al fondo y en lo alto no se divisa todavía el Colegio Mayor Nuestra Señora de Guadalupe, lo cual nos sugiere que la fotografía es anterior a 1951, fecha de la inauguración de dicho colegio en lo alto del cerro de San Vicente e incluso a 1948 fecha de inicio de las obras.


© C.H. fc 14/11/2016 Rev. 01



Paseo de la Chopera
 Fotografía de autor desconocido y fecha incierta

De “deleitoso pensil”, llegó a ser calificado exageradamente este cercano paraje situado a orillas del Tormes; a los pies del barranco, muy rebajado por la obra del hombre, que se precipita de los altos de la Peña del Hierro, más conocida hoy día como cerro de San Vicente. La Chopera sirvió, eso sí, de solaz y esparcimiento de muchos artesanos salmantinos que en los días de calor acudían a sestear bajo las sombras de sus árboles, ¡chopos, los más, de ahí su nombre!, refrescarse en los chiringuitos instalados o zambullirse en las peligrosas y poco limpias aguas del río. Peligrosas, porque el Tormes siempre lo fue al abundar en él las pozas con amenazadores remolinos y los fondos de enmarañada vegetación, y poco limpias por localizarse muy cercano, río abajo, de la zona de vertido de las aguas residuales de la ciudad. 

A pesar de ello, fue lugar privilegiado para la celebración de las meriendas del tradicional Lunes de Aguas y más tarde de las Giras Campestres con las que se remataban las jornadas del Primero de Mayo en las primeras décadas del siglo XX. Con el buen tiempo se celebraron bailes dominicales animados por los sones del organillo, paseos en barca, juegos tradicionales y hasta hubo una zona de columpios que, de pago y con forma de barca, fueron rincón preferido de encuentro de criadas y soldados. 
Pero fue, sobre todo, lugar de trabajo paras las numerosas lavanderas que allí ejercían su ingrata labor o para los pescadores que reparaban en su orilla las redes con las que faenaban en el Tormes. Aportaba además su pequeño peculio a las arcas municipales con las ventas de mimbre y árboles, los ingresos por las concesiones de chiringuitos, barcas y columpios o por la extracción de algunos materiales como arena o barro. Una rampa permitía acceder a la Chopera desde el Paseo de San Vicente y el camino continuaba río abajo para encontrar la finca de Soto Muñiz, Huerta Otea y finalmente alcanzar el Puente de la Salud. 
Las numerosas inundaciones ocasionadas por el irregular caudal del Tormes asolaron sus riberas, pero sobre todo la Chopera acusó la acción del hombre y el crecimiento de la ciudad, cuyos moradores fueron dando preferencia a otros lugares de esparcimiento, fundamentalmente río arriba. Pronto llegó la urbanización de la zona, con la construcción del Hospital Clínico y luego del Campus Universitario, que dejó el lugar cada vez más inaccesible, descuidado y solitario. Así, como un lugar apartado que buscaban los que no querían ser vistos, es como recuerdan la Chopera los mayores; mientras que para los más jóvenes nunca existió.
© C.H. fc 19/12/16 Rev. 00