Café de las Cuatro Estaciones, calle Toro,18 |
Cafe Terminus en calle Toro, 18 |
Hall de entrada del Hotel Terminus. Mundo Gráfico 25-09-1912 |
Hotel café del Pasaje |
Café Iris en la Calleja del Pinto |
Paradores en la Plaza de la Reina - Cándido Ansede |
Fotografía de la web del Novelty |
El Nacional (Novelty) en los años 40 |
Postal del Café Naciona l (Novelty) de 1945 |
Restaurant Español, plaza del Corrillo,26. Años 20 del siglo XX. |
El Parador del Manco en la actual calle de San Juan de la Cruz |
Bar del Armuñés en 1924. Casa funadada en 1877. Su propietario era Felix Carbajosa Rico y estaba en la calle Doctor Riesco actual calle Toro. |
La visión de un periodista de principios de siglo XX
“SALAMANCA POR DENTRO
LA VIDA EN LOS CAFES
Elogio del café.
Indudablemente los cafés son, para la mayoría de los salmantinos, el obligado y confortable refugio donde se matan las enervantes y fatídicas horas de aburrimiento, tan frecuentes en provincias que, cual la nuestra, ofrecen tan pocos atractivos y tan contadas distracciones al vecindario. Después de ese otro eterno refugio de los salmantinos, la plaza Mayar, de la que quizás algún día escribamos algo, los cafés son para nosotros, un ameno lugar en el que se encuentran distracción, alegría, reposo y hasta. .. cultura... Claro es que esto de la cultura, en sentido bastante relativo. Para el repórter, los cafés son una codiciada é inagotable fuente de información; en los cafés todo se habla, todo se sabe, se critica, se despelleja... Y el periodista que tenga la mala ó buena costumbre de ir todos los días al café, con detrimento ¡ay! del bolsillo, raro será el en que no salga de estos populares establecimientos, con unas cuantas notas en su carnet. Tan cierto es esto y de tanta utilidad es para el periodista el café, que ganas me dan de hacer en esta información un inciso, pidiendo á las administraciones de todos los periódicos voten ó creen en sus presupuestos de gastos una nueva partida... para abonar á los redactores el gasto diario que estos hacen en tan populares establecimientos, gastos que la mayoría de las veces van en beneficio del periódico. Por lo menos á mí, el ir al café me ha dado motivo para llenar muchas veces algunas cuartillas, en días en que el espíritu ó la imaginación, ó lo que sea, no estaba para tafetanes... y las noticias andaban escasas. Y también ¡cuántas veces, en el invierno, sobre las mesas de mármol, cuando las puertas de la redacción no estaban abiertas y en la casa de la patrona faltaba el brasero, he hecho mi trabajo periodístico del día entre sorbo y sorbo de café; entre el monótono y seco ruido de las fichas del dominó al chocar contra las mesas, en medio del ir y venir del camarero, del sonar del piano, del confuso hablar de los clientes, del rumrum de platos y copas y del entrar y salir de parroquianos!... Sólo elogios puede tener el periodista para les cafés, y, aun cuando en Salamanca no tenemos ningún Fornos, ni ningún Lyon d'Or, no por ello vamos á decir, que nuestros cafés carecen de historia, no tan brillante como la de Fornos, ni tan inolvidable como la del Iberia, al que concurrían Fígaro y sus ilustres amigos, haciendo tertulias en las que se derrochaba ingenio, pero tampoco tan mezquina y tan insustancial que no merezca los honores del recuerdo cariñoso. Toda la vida de Salamanca, está indudablemente en el café y toda nuestra energía mental se disipa en diálogos de café. Aquí apenas se escribe y lo que tienen de mejor las almas de nuestros literatos lo guardan para el café. Pasa lo mismo que en Atenas, según ha contado Gómez Carrillo. En los cafés de Atenas "se adquieren los defectos nacionales y las virtudes locales. En los cafés de Atenas se hacen y se deshacen las famas. La Prensa, que tanta influencia tiene en las masas, es reflejo del café. En su recinto, todos los que creen tener derecho á intervenir en la vida activa del país, se embriagan día y noche, verbalmente; y cuando hablan durante un par de horas, se sienten brutalmente transformados y lo más quimérico se les figura cosa fácil...”, ¿Qué si no esto sucede en Salamanca? También en los cafés suele perderse el tiempo lastimosamente, y mirados bajo este punto de vista, si que pueden alegrarse esos eternos higienistas que acusan á los tan visitados establecimientos de perniciosos para la salud, atrofiadores de la inteligencia y de la voluntad y refugio obligado de gente ociosa, cuando no maleante, que critica de todo sin saber precisamente de nada . . . Ciertamente algo hay de esto, pero ¡señores míos, no vayamos á llevar las cosas tan á punta de lanza! Y si los cafés son en invierno para los salmantinos una diaria y cómoda distracción, en el verano, en este verano salmantino, calcinante, monótono, aburrido, no lo son menos. Nuestras playas son los acerones de Novelty y del Pasaje, el lindo patio de éste, cuando en serenas noches hay conciertos, y entre el patio del Pasaje y la Glorieta y la Alamedilla y las Carmelitas, componemos nuestros preferidos lugares en este tiempo de calores. Hagamos, pues, de estas líneas, un sincero elogio á los cafés, y apuntemos ahora unos cuantos datos, que hagan de este artículo un ameno pasatiempo...
Que es lo único que el cronista se propone.
Tertulias y partidas.
¡No hay cosa más interesante que una tertulia del café! Los que las forman, en diversos turnos, son siempre los mismos señores, siempre se ven las mismas caras, acaso sus conversaciones, tras de ligeras variantes, giran siempre también sobre el mismo tema... Y á pesar de estas tremendas repeticiones de las cosas, hay tertulias interesantísimas, tanto más, cuanto que en su seno hay individuos vehementes, de esos que fácilmente se apasionan por las cosas más insignificantes y fútiles. En estas tertulias se ve; al modesto empleado de 6.000 reales con descuento, al grave señor que vive holgadamente de sus rentas, al jovial estudiante que tiene con el camarero una interminable tarja de débitos, al obrero serio y formal que juega todos los día su café, al periodista (¿cómo no estar un periodista?), al que todos son á darle formidables latas, hablándole de cosas que casi siempre nada le importan ó á rogarle la publicación de este ó aque sueltecito á cambio de un apretón de manos, no sin quedarle también eternamente agradecido...
Diálogos de tertulia, ingeniosos unos, estupendamente brutales otros podría citar un sin fin. Recuerdo que no hace mucho, en cierta tertulia de la que yo formaba parte en un concurrido café, se hablaba de música. A las primeras de cambio (y conste que yo no soy ningún Mozart), vi que aquellos sujetos no sabían una palabra de estas cosas y además poseían un gusto exageradamente malo. Hubo una ronda de cigarrillos que galantemente nos ofreció uno de los contertulios. Y al sacar su caja de cerillas, vi que una de las vistas de ella era Beethoven. Sin poder contener mis ímpetus dije: —¡Hombre Beethoven, el gran Beethoven! ¿Me permite usted la caja?
Y tomé la caja y me puse á contemplar la figura del gran músico.
—¡Qué bien esta!— dijo uno con cierta halagadora ironía.
— ¡Qué hombre más grande!— replicó otro.
— !Qué buenos ratos de dolor del alma me ha hecho pasar!— repitó un tercero. — Esto no va mal— me dije—: Saben perfectamente quién fué Beethoven. No había yo terminado de hacerme estas reflexiones, cuando uno de la tertulia, me dijo ingénuamente:
—¡Oiga usted! ¿Beethoven no era... no era... pintor?
¡Horror! Estupefacción general y el camarero que exclama irónicamente:— ¡Sí, Albarran.!...
Para muestra basta un botón. Casi todas las tertulias, algunas cultas, pero créanme que son las menos, cuentan con un formidable analfabeto (digámoslo asi), capaz de sacar de quicio al mas pacifico... Serían interminables los diálogos que aquí estamparía, sobre todo de las tertulias donde se habla de toros, de periódicos, de política y... del Ayuntamiento... y que casi siempre terminan con la consabida fórmula de “se continuará”, para reanudar la conversación al día siguiente. Partidos de dominó (menos en Novelty , que allí no se juega nada más que á hacer frases), hay en cada Café tantas como mesas existen para poder jugar en el salón. Indudablemente Salamanca es una de las provincias en las que más y mejor se juega á este monótono jueguecito del dominó. Y siempre son los mismos contricantes; hay partidas interminables. Sobre todo los sábados, hay una de partidas que pone espanto en el alma, siendo mayor aun el número de estas, los domingos. ¡Como que hay partidas que principian á las dos de la tarde y terminan á las doce de la noche, cuando ya se cierra el café! A muchos jugadores— jugadores de café y cigarro y si acaso media copa de ojén— si les dejasen, continuaban con las fichas en la mano hasta el día siguiente. Y también para que los cafés presenten los sábados y los domingos un más pintoresco aspecto, se ven apacibles matrimonios que se juegan su cafetito con un interés de dos mil diablos...
Música, literatura, etc.
Generalmente en nuestros cafés por la noche se hace música y por la tarde se echa un cuarto á espadas á literatura.
Son muy pocos los que al parecer se preocupan de estas cosas. Engolfados en la tertulia ó en el juego del dominó, no tienen tiempo para más. Por las noches se hace música en todos los cafés, música ligera, animadita, música para obreros y horteras que son los que llenan estos establecimientos á tales horas. Los pianistas tienen ya agotado el moderno repertorio de las últimas zarzuelas y desde El pollo Tejada a La alegre trompetería, pasando por el inevitable coro de Bohemios, todo... se lo saben de memoria nuestros joviales dependientes de comercio. Ellos echan su partidita; pero también quieren música, y no son alborotos y ovaciones los que promueven pidiendo esta ó aquella partitura de sandungueo. A veces, de tarde en tarde, hay un señor que se acerca al pianista y le pide una obra de Puccini ó de Saint-Sáens, ó de Mascagni; otro que pide Aires nacionales y un tercero que desea un pasodoble de Chueca... Y esta es toda la música que se hace en los cafés. Hagamos la excepción de la que se hace en Novelty y la que en este tiempo se hará en el patio del Pasaje. Aquellos son conciertos para los inteligentes, que aquí, ya lo saben ustedes, lo somos todos, absolutamente todos...
De literatura estamos á la misma altura que de música. De cada 50 concurrentes al café se ve á uno con un libro en la mano y á 25 con periódicos. Entonces cree uno que se lee, aunque poco, pero que se lee algo. Y cuando una indiscreta mirada nos hace ver el título de los periódicos y el de los libros, llevamos una decepción. Los periódicos son absolutamente pornográficos, los más, y los libros de esas bibliotecas galantes en que se hartan á decir barbaridades unos señores que firman con estupendos pseudóminos. Hay dos vendedores de libros "de todas clases, precios y tamaños” y da pena preguntarles:
— ¿Se vende mucho?— porque tanto el simpático Fernando como el veterano Carranza, se quejan amargamente de que no se lee ó no se compra nada, y si se compra, ya se sabe: Carolina Invernizzo al canto ó Ponson du Terraill...
Claro es que hay excepciones; pero la literatura del café, la que yo veo adquirir es ésta, esa lectura horripilante y sangrienta de la ilustre escritora italiana y del fecundo autor francés. Pero á pesar de estas desfavorables notas que el cronista aporta, hijas legitimas de una ligera observación hecha en ratos acaso de melancolía ó de aburrimiento, los cafés viven una vida que no será muy culta, pero es muy alegre, y esto es algo que se necesita para llevar la vida como Dios manda.
El consumo.
Tenemos en Salamanca cinco cafés, á cual mejores y más concurridos. Los cinco viven una vida holgada que les permite sostener á numerosa dependencia. Y Novelty, el Suizo, Pasaje, Castilla y La Perla, la celebérrina Perla, nido de tantos pasajeros idilios de gran parte de la generación de ayer, tienen sus asiduos parroquianos y sus diarias tertulias. Es difícil á ciencia cierta decir el número de cafés que se despachan al día en cada escablecimiento; pero pongan ustedes de 300 á 400 y aciertan, sin contar thes, chocolates, pasteles, copas, etc. El consumo de café es enorme, y los camareros, sobre todo los domingos, se ven y se desean para servir cumplidamente á los clientes.
Los camareros.
El oficio de camarero tiene su intríngulis, y. para tener parroquia ha de resultar su trato en extremo agradable y á gusto de todos Su trabajo es un trabajo penoso, de muchas horas, en medio de una atmósfera asfixiante y de un continuo y monótono traginar. Sus sueldos escasísimos no les daría para vivir ni medianamente siquiera, á no ser por las propinas que reciben. . Los camareros carecen en Salamanca de una asociación de socorros ó de resistencia, y algunos de ellos son socios de Los Hijos del Trabajo. Los camareros establecen turnos para la limpieza de los cafés por las mañanas, y gracias á esto, su descanso es un poco mas largo.
Final.
Sólo ligerísimamente he dejado apuntadas algunas impresiones de la vida en nuestros cafés, que no tienen otro objeto que el de distraerte un poco, lector. Si lo conseguí, me doy por satisfecho."
Un Repórter. El Adelanto 20 de mayo de 1908
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Capacidad hotelera de Salamanca en 1910
Diario El Adelanto 1910 |