Tras la puerta norte de la nave del crucero de la Catedral Nueva de Salamanca.




El brusco relieve de la ciudad de Salamanca, marcado por las terrazas y escarpes labrados en la arenisca por la secular erosión del río Tormes y los dos principales arroyos urbanos (arroyo de los Milagros y Santo Domingo), provocó a lo largo de su historia numerosas dificultades urbanísticas causadas por las fuertes diferencias de rasantes.

Este es el caso de la puerta norte del transepto de la catedral, tabicada e inaccesible a varios metros de altura desde su fundación en el siglo XVIII como consecuencia del fuerte cambio de nivel del terreno. La fotografía de D. Antonio Passaporte, realizada muy poco tiempo antes de iniciarse la reforma de la plaza de Anaya de 1932 diseñada por el arquitecto D. Ricardo Pérez, muestra el estado primitivo de la puerta y el alcance de las escaleras del atrio de la Catedral Nueva en la plaza de Anaya, el “atrio grande”.
Para evitar el descuelgue no se optó por la solución de construir un atrio elevado como en la portada sur, su simétrica hermana melliza. Atrio que se denominó durante su construcción “atrio chico”, nombre que por degeneración podría haber sido el origen de la designación actual de Patio Chico. Ni tampoco se amplió el “atrio grande” hasta alcanzar el nivel de la puerta, tal vez, en ambos casos, para no dañar las construcciones que ocupaban entonces el espacio de la plaza de Anaya, entre las que se encontraba la iglesia vieja de San Sebastián, o para no taponar la calle de acceso a ellas junto al atrio de la Catedral, llamada calle de San Sebastián. Solo después del derribo de estas casas ordenado por el General Thiébault en 1811 pudieron realizarse estas obras, pero para entonces la mala situación económica no debió permitirlo. Hubo que esperar a la mencionada reforma de 1932 para que la ampliación del “atrio grande” abarcara la puerta norte y esperar hasta finales del siglo XX para que un portón de madera, abierto en escasas ocasiones, sustituyera a la sólida mampostería que la cerraba.

En el interior, tras la puerta tabicada, el espacio parece haber sido dedicado desde antiguo al uso del Canónigo Penitenciario de la Catedral, confesor que tiene la facultad de perdonar los pecados graves, aquellos pecados que llevan implícita la pena de excomunión. En ese lugar, al menos desde el primer cuarto del siglo XIX, fue colocada la silla del Penitenciario, el confesionario desde donde impartía el sacramento, que era una variante de estalo o silla de coro con celosías talladas sobre los apoyabrazos para salvaguardar la identidad del penitente.
Tras la desamortización y posterior derribo en 1841 del convento de Clérigos Menores de San Carlos Borromeo, que estuvo situado en nuestra actual plaza de Colón, fue colgado sobre la silla del Penitenciario un enorme cuadro de 6,5 m x 6,5 m procedente del altar de la iglesia de dicho convento. Se trataba de una obra del pintor Francisco Camilo (Madrid, 1615- Madrid, 1673) cuyo tema central era la figura de San Carlos Borromeo intercediendo por las víctimas de la peste de Milán.



La testimonial fotografía de D. Luis González de la Huebra, realizada en los albores del siglo XX, confirma la colocación de dicho cuadro sobre la puerta tapiada y prueba que la silla del Penitenciario fue sustituida por un confesionario prismático con aires góticos, flanqueado de otros dos más sencillos. La fotografía actual verifica que el cuadro sigue allí y da fe de la continuidad del uso penitencial del espacio por la presencia de otro confesionario, además atestigua la falta de uso de la puerta inmovilizada por el mueble eclesiástico.

C.H. fc 01/02/18 Rev. 00