Romería de la Virgen de la Salud en Tejares
La Chana (Tejares)
Caminito de Tejares,
me diste las avellanas;
partí una, partí dos,
todas me salieron vanas.
¡Ay Chana, Chana!
Como te gustan
las avellanas
¡Ay Chana, Chana!
pa’ ti las pochas,
pa’ mí las sanas.
A la puerta de La Chana
tocaban el tamboril,
por ver si La Chana, Chana
se salía a divertir.
¡Ay Chana, Chana!...
Una vez que te quisí
tu mare me lo supió,
como tiene el genio así
todo lo descompusió.
¡Ay Chana, Chana!...
Que la Virgen La Salud
te conserve bien la vista
y si un día te echas novio
no te salga estraperlista.
¡Ay Chana, Chana!...
La Chana (Tejares)
Caminito de Tejares,
me diste las avellanas;
partí una, partí dos,
todas me salieron vanas.
¡Ay Chana, Chana!
Como te gustan
las avellanas
¡Ay Chana, Chana!
pa’ ti las pochas,
pa’ mí las sanas.
A la puerta de La Chana
tocaban el tamboril,
por ver si La Chana, Chana
se salía a divertir.
¡Ay Chana, Chana!...
Una vez que te quisí
tu mare me lo supió,
como tiene el genio así
todo lo descompusió.
¡Ay Chana, Chana!...
Que la Virgen La Salud
te conserve bien la vista
y si un día te echas novio
no te salga estraperlista.
¡Ay Chana, Chana!...
Camino a Tejares, RUTH M. ANDERSON |
Procesión en Tejares |
Cacharrero en Tejares, Candido Ansede |
Cacharrero en Tejares, Candido Ansede |
Vendedoras de avellanas en Tejares, Candido Ansede |
Romeria de la Virgen de la Salud en Tejares, Candido Ansede |
Plaza de Toros de Tejares. Autora Ruth M. Anderson |
Romería de Tejares. Autora Ruth M. Anderson |
-¡Señorita, señorita!... ¡Las avellanas! ¡Lléveme V. las avellanas! ¡Son las mejores y las más baratas! ¡Vamos!¡No me deje usté mal! ¡Pruébelas usté! ¡Saben á gloría! ¡No tengo ni una siquiera pocha.
- Pues mire usté esta: es la primera que cojo y sale vana. - Una causalídá, señorita; no haga usté caso, son las mejores. - Pues aquí tiene usté la segunda, que está pocha también... - ¿Pocha, señorita? no pue ser. - ¡Mírela usté! - Una causalidá señorita; si paece mentira... ¡No se vaya usté asin! No coja usté avellanas á esas otras tías, porque son muy malas... ¡Las mías son las mejores!
Fernando Araujo
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LA ROMERÍA DE TEJARES
(CUADRO DE COSTUMBRES SALMANTINAS)
Por Celso Gomis en Hojas Selectas 1903
QUIËN acertara a llegar a Salamanca
el 20 de Junio por la tarde, se creería en una ciudad completamente abandonada.
Tanta es la soledad que en tal día y a tal hora reina en las calles de la que en
otro tiempo fue brillante emporio de la ciencia.
Desde las primeras horas de la
mañana del citado día, en que el vecino lugar de Tejares celebra su fiesta
mayor, no se ve más que una larga hilera de gente que cruza el antiquísimo
puente romano del Tormes y se pierde entre las nubes de polvo que se levantan
de la carretera de la Fregeneda. Al llegar la tarde, apenas queda ya persona
viviente dentro de los muros de la antigua Salmántida.
A caballo algunos, muchos en carruaje
y a pie los más, todo el mundo se ha trasladado al lugar de la romería.
Pintoresca en extremo es la gran
mezcolanza de tipos y trajes que por doquier se ven. Nada diremos de la
elegante dama, por ser su traje el mismo en todas partes; pero merecen especial
mención, por su modo de vestir, la linda artesana, la airosa charra y la
robusta serrana.
Viste la artesana salamanquina
falda de vistosos colores, rico pañolón de Manila sembrado de pájaros y flores
de brillantes matices, y mantilla de rocador, bordada de lentejuelas y
avalorios; adornan sus orejas largos
pendientes de oro, y se confunde con el de su nacarado cuello el brillo de los
aljófares de las gargantillas que caen sobre su pecho.
La rica charra, con su bien
plegado manteo bordado de oro de ley; su picote, recamado de
áureas palmas y de finísimas perlas; su jubón negro de ajustadas mangas, por
cuyos extremos asoman los puños, de delicado encaje; su toquilla de blonda,
ricamente bordada, que, bajando de los hombros, le rodea la cintura y formando
lazo cae en airosos colgantes a lo largo del manteo; su lindo rebocillo o mantilla
terciar que, prendido en la cabeza, le cae suelto sobre los hombros; su
blanca media calada y su ajustado zapatito escotado; sus enormes collares de galapago,
de oro macizo, mezclados con gargantillas de aljófares y corales; sus
valiosos pendientes de estribo y sus anillos de teja, constituye uno
de nuestros más pintorescos tipos provinciales, siendo una verdadera lástima que
la niveladora moda vaya haciéndolos desaparecer.
La serrana viste zagalejo corto
de bayeta verde, amarilla o encarnada, que abulta extraordinariamente sus
caderas; pañuelo de lana con grandes flores bordadas, que le cubre hasta un poco más abajo de la
cintura; media blanca, zapatos sin tacón y grandes lazos negros, y lleva el
cabello peinado hacia atrás con moño de picaporte. Algunas cubren su cabeza con
enormes sombreros de paja de centeno, gorras los llaman ellas, adornados
con pequeños espejos, lazos de papel de color y caprichosas guirnaldas y
penachos de paja.
También es digno de describirse el
traje de los charros y serranos. Viste el primero calzón corto y ajustado jubona de cuadrado escote, que deja
asomar la blanca y bien bordada pechera de una camisa sin cuello, abrochada con
un solo botón de oro del tamaño de una moneda de cinco duros; chaqueta corta y
de manga estrecha, con botonadura de oro o de plata; botín de cuero, que forma
una sola pieza con el recio zapato y se abrocha encima de la pantorrilla; ancho
cinturón llamado de media vaca, y sombrero de castor o de pana provisto
de grandes alas.
El serrano lleva pantalones
anchos, generalmente azules; faja de lana con borlas verdes, que le cuelgan por
detrás; chaqueta también ancha; pañuelo de algodón atado al cogote y, encima de
este pañuelo, sombrero de fieltro, cuyas
anchísimas alas se mantienen horizontales por medio de cordones unidos a la parte
superior de la copa.
Los coches van llenos de bote en
bote, llevando mucha más gente en la cubierta que en el interior. Muchos de los
jinetes llevan a grupas a la mujer o a la novia. Por todo el camino no se oyen
más que cantares y voces que se dirigen unos a otros los amigos que tienen la
suerte de verse por entre la espesa nube de polvo que se levanta de la
carretera.
Una vez en Tejares, lo primero es
ir a la iglesia, que es bastante espaciosa, sin que ofrezca particularidad
digna de ser mencionada. La Virgen, cuya fiesta se celebra, está situada en un
altarito al pie del presbiterio, al lado de la epístola, y sólo se oye el
sonido de los céntimos al caer en la bandeja que hay en el suelo, delante de la
imagen.
Esta no está muy adornada, si se
tiene en cuenta la gran afición de los charros a emperejilar las imágenes. Yo
he visto una de Jesús crucificado con los brazos y las piernas materialmente
cubiertos de lazos y cintas de vivísimos colores, y otra con un manteo de
charra, ricamente bordado, que le llegaba hasta
los pies, y un mantón de Manila
que le cubría el pecho y los brazos; he visto una imagen de María con traje de
charra y una cartera de viaje, y otra de San Roque con los brazos y piernas
cubiertos de collares, gargantillas, pendientes y pulseras de oro; he visto...
pero sería cuento de nunca acabar referir todo lo que en materia de adornar
imágenes he visto en los pueblos de la provincia de Salamanca.
Entre doce y una empiezan los
labradores a dirigir sus plegarias a la Virgen. Colocados en grupos de tres y
pasándose los brazos por los hombros, se sitúan ante el altar y cantan a voz en
cuello coplas por el estilo de éstas:
Virgen
santa de Tejares,
os
venimos a pedir
que
nos deis buena cosecha
pa podernos divertir.
Virgen
santa de Tejares,
concedednos
mucho trigo,
mucho
centeno v cebada,
muchos
chotos y cabritos.
También las mozas, por su parte, cantan
algunas como las siguientes:
Virgen
santa de Tejares,
por
el poder de tu Hijo,
quita
el novio a mi vecina
y
haz que se case conmigo.
Virgen
santa de Tejares,
quitadme
la tentación
de
casarme con un viejo,
que
con un mozo es mejor.
Virgen
santa de Tejares,
concededme
lo que os pido:
un
charro con muchos pares
pa
que se case conmigo.
Terminadas estas oraciones, hay
que ir a comer al prado, encima de la ya
medio agostada hierba y bajo un sol abrasador.
Apenas se puede pasar por entre
las innumerables familias que, formando corro, están sentadas en la pradera,
alrededor de humeantes cazuelas, o bien comiendo besugo en escabeche u otros
fiambres, y teniendo al alcance de la mano un descomunal puchero lleno de vino,
que no se deja en reposo ni un solo momento. Una vez vacío, a llenarlo de nuevo
al próximo ventorro; y como el que va por él ofrece de beber a cuantos amigos
encuentra al paso, al llegar de nuevo al corro vuelve a estar ya medio vacío.
No es uno de los espectáculos
menos curiosos el de esa procesión de hombres que de continuo van y vienen con
el puchero en la mano.
Difícilmente se encontrará otra
gente más aficionada al mosto que la de esta buena tierra de Salamanca.
Llega uno a un ventorro y lo
primero que hace es pedir una pinta. Sí llega otro, el primero le ofrece
su vaso; el segundo bebe en él y, para no ser menos, pide otra pinta y ofrece
de beber al primero.
Llega un tercero, le brindan con sus
vasos los dos que le han precedido, y él, en justa correspondencia, pide a su vez
una nueva pinta; de manera que hay hombre que se pasa toda la tarde en el ventorro
aplicando los labios a los vasos de todos los que entran allí a beber.
Yendo de viaje, el botillo del
mayoral se llena en cada uno de los ventorros que se encuentran al paso, que
por cierto no escasean, y por su parte los viajeros nunca dejan de tener un par
de botellas llenas en las bolsas del carruaje. Y botillo y botella pasan de
boca en boca y se vacían para volverse a llenar de nuevo. El botillo de vino
viene a ser para los de este país lo que la paz en las iglesias de los pueblos
catalanes: todos ponen los labios en ella. Un trago de vino se ofrece a todo el
mundo y nadie lo rehusa.
Terminada la comida, los cabezas
de familia se tumban a la bartola, los chiquillos duermen apoyando la cabeza en
la falda de su madre y los jóvenes retozan por la pradera, pegando unos
chillidos capaces de ensordecer al hombre de mejores tímpanos. Mientras unos se
divierten de este modo, otros bailan la jota con acompañamiento de guitarra, o el
charro al son de la flauta y el tamboril.
El que toca estos dos
instrumentos va dando pausadamente la vuelta al corro, sin duda para que todos
disfruten de la música por igual.
Algunas parejas bailan la rosca,
subidas encima de una mesa, y es de ver entonces la ligereza y el garbo con
que menean las piernas.
En algunos corros bailan mozas
solas, al son de la pandereta tocada por una de ellas, y con acompañamiento de jotas
o seguidillas, por el estilo de las siguientes:
Cuando
toco el pandero
no
sé cantares;
cuando
voy para misa,
salen
a pares.
A
Salamanca la blanca
me
quiero dir a vivir,
porque
se ganan la gloria
los
que se mueren allí.
Virgen
de Valdejimena,
entre
monte estás metida,
entre
Valverde y Horcajo,
Sanchopedro
y Sagarcia.
Santa
Teresita tiene
una
paloma al oído,
y
yo quisiera tener
de
mi amante el apellido.
Tampoco falta, arrimado a la
sombra de la pared de alguna casa, algún corro de gente que escucha con
atención a un charro que, sentado en el suelo y con un jarro de vino entre las
piernas, canta, mientras otro le acompaña con la guitarra, uno de esos largos
romances en que se citan las buenas y malas cualidades de los pueblos de la
comarca, de los que ahí van algunos ejemplos:
En
La Dueña matan chivos,
en
Amatos matan cabras;
en
Castillejo, gallinas,
que
es comida regalada.
En
La Maya cogen peces,
los
coge quien tiene maña;
los
cogen Juan y Beroso,
porque
éstos tras ellos andan.
En
Fresno, la buena gente,
aunque
la verdad se calla.
En
Miguel-Munoz, las pegas ( i ),
que
se juntan en cal guarda;
que
vamos a echar un baile,
que
la Cuaresma es muy larga.
En
Monterrubio, las mozas
que
decentes son, en casa.
En
Conto, las buenas moras,
porque
dan muchas las zarzas.
En
Sanchi-Tuerto, el ramón,
que
es bueno para las cabras.
Al terminar, el cantador bebe un
par de tragos, y su compañero empieza a cantar esta otra retahila, no sin haber
hecho también honor al jarro, para enjuagarse el gaznate:
Salamanca
de altas torres;
Cabrerizas
de altas cuestas;
los
pollos de Zaratán ;
gallos,
los de la Adehuela.
La
Torremocha de Naharros;
la
alameda de Aldealuenga.
En
Calvarrasa de Abajo
la
fama, las mondongueras;
en
Franco, las buenas viñas;
en
Machacón, las bodegas.
En
Encinas, labradores,
Los
mejores de la tierra
En
Beleña, las lechugas,
son
buenas pa ensalada,
Las
Pocilgas, los cochinos,
que
todos se meten guardas,
En
Pedro-Martin, la hierba,
que
es buena para las vacas,
En
Sietiglesias, los bueyes,
que
son buenos pa la arada,
En
Encinas, carrasqueros,
que
gastan mucha fanfarria.
que
por no saber arar
tienen
perdida la vega.
En
Celleruelo, los prados
Malparaiso
y La Huelga;
en
las Huertas del Camino,
buenas
guindas y ciruelas.
En
Villagonzalo, el río,
que
junto a las casas queda;
los
largos de Matamala,
que
siete pares rebezan.
En
La Granja hay un frailucho
que
la administra y gobierna.
En
Fermin-Gómez, los pavos,
que
los cría la ventera.
……………
……………
En
Garcihernández, borrachos
que
se van a la taberna:
unos
echan a cuartilla,
otros
a cuartilla y media.
El que no tiene dinero,
deja
la anguarina en prenda;
y
el que no tiene anguarina,
le
fía la tabernera.
Terminada la canción, aplaude la gente
y desfila en distintas direcciones, mientras los dos cantadores se remojan nuevamente
el gaznate con otro trago de lo pinto.
A un lado de la pradera, y
recibiendo de lleno el sol, hay dos largas hileras de espectadores que
presencian el juego de la calva. Consiste éste en clavar en tierra una
rama de roble o encina, que forme
un ángulo muy obtuso, y en tirar contra
ella, desde cierta distancia, un marro, o cilindro de pizarra, que pesa
algunas libras. El que derriba la rama, hace calva y gana un tanto.
En ninguna romería de esta
provincia falta un hombre con una espuerta llena de marros para
venderlos a los jugadores de calva.
Tampoco faltan una infinidad de
pobres de todas edades, pelajes y procedencias, que le siguen a uno por todas
partes gritando a voz en cuello Deo gratias, que es su manera peculiar
de pedir limosna.
Y, a propósito de pobres, se me
ha de permitir una digresión. Los que hay en Salamanca y en casi todos los
pueblos de su provincia, constituyen una verdadera plaga. Conocen a la legua al
forastero y éste no puede dar un paso en la calle sin verse asediado por
legiones de ellos que le siguen hasta la puerta de la fonda, del café o de los
monumentos que visita, acosándole hasta en el interior de los templos, persiguiéndole de altar en altar, con su eterna cantinela
del Deo gratias, impidiéndole fijar la atención
en nada. Y desgraciado de él si
para deshacerse de su obstinada é impertinente cantinela reparte entre ellos
algunos céntimos, porque entonces se ve constantemente seguido por una
verdadera procesión de mujeres, hombres y chiquillos, más o menos desarrapados,
que no le dejan dar un paso, y le esperan en la puerta de las casas en que
entra y en la de la fonda en que se hospeda, para seguirle de nuevo en cuanto
vuelve a salir a la calle.
Pues nada digo de lo que sucede cuando
se viaja en coches de carrera. Cada vez que éstos se paran, sea para cambiar el
tiro, sea con otro cualquier objeto, se ve el carruaje rodeado por una turba de
pordioseros que, encarándose con los que lo ocupan, dicen a coro con
quejumbrosa voz: «Señorito, déme usted un centimito, que tiene usted la cara
más bonita que hay en el mundo,» ú otros requiebros por el estilo, pues en cuanto
a aduladores y zalameros nadie les gana a los mendigos de la provincia de
Salamanca. Pero precisamente a causa de tanta zalamería, es por lo que se hacen más empalagosos y pesados.
Mas dejemos ya a los pobres y
volvamos a nuestra romería.
Al anochecer, cansada ya de tanto
bullicio y jaleo, empieza la gente a desfilar hacia Salamanca. Los carruajes particulares
se mezclan con los de alquiler; caballerías mayores y menores pasan por entre
unos y otros, y todos juntos levantan una espesa nube de polvo que ciega la
vista y tapa la respiración, armando tal baraúnda que acaban por marear al hombre
más sereno. Por mi parte, habria perdonado de buena gana la ida a la romería a cambio
de no haberme encontrado en aquel pandemónium.
Por la orilla de la carretera, haciendo
eses y pegando tumbos, se vuelven también algunos de los que más tributo han pagado
a Baco. Uno de ellos canta;
Adios,
lugar de Tejares,
que
me vuelvo a Salamanca
con
los bolsillos ligeros
y
la cabeza pesada
CELSO GOMIS
Romería de la Virgen del Cueto
Romería de la Virgen de El Cueto |