No es fácil conjeturar un motivo para esta simpática reunión. Tal vez, sólo se trate de la escenificación que el fotógrafo organizó con la curiosa concurrencia que se le acercaba atraída por el arte de la fotografía que, aunque a esas alturas ya estaba consolidado, todavía no estaba generalizado.
Son los años del cambio de siglo, cuando estaba ausente de la Plaza Mayor el templete que realizó, en 1893, la fundición Moneo y que fue retirado al parque de La Alamedilla en 1898 y vuelto a colocar en 1906. Adultos y niños se mezclan en la pose, estos últimos utilizaban el ágora como espacio para sus juegos haciendo honor a su condición de parque y jardín. Niñeras y criadas aparecen junto a otros adultos de difícil clasificación.
El llamativo carrito, que parece tener forma de barco, podría ser el artilugio expositor de un confitero ambulante o vendedor de golosinas.
Para entonces lo normal no eran las golosinas sino la escasez. Y aunque desde principios del siglo XIX el precio del azúcar bajaba progresivamente, consecuencia de la introducción del método de obtención de la misma a partir de remolacha y del masivo cultivo de esta, amén del de caña, solo había pasado de ser un producto de lujo a ser simplemente caro. Poco más de dos kilos de azúcar podían comprarse con el sueldo de un obrero, alrededor de 2,5 pesetas en su jornal diario, muy poco comparado con los aproximadamente 40 kilos que se pueden adquirir hoy con el jornal diario que aporta el salario mínimo interprofesional actual. El caramelo, importado o fabricado artesanalmente en confiterías y pastelerías ya que no hubo fábrica industrial en Salamanca hasta 1920, la del Sr. Santiago Bermejo (La Mallorquina), solo estaba al alcance de las familias acomodadas y era una verdadera “fiesta” para el resto.